Desde mayo de 1948, “oficialmente” se impuso en Palestina el colonialismo de colonos. Este tipo de colonialismo implica la implantación de población y a la vez la apropiación del espacio y la erradicación de todo rastro de la población nativa, esto es: las prácticas de expulsión, segregación, detención y asesinato en masa, también el borrado cultural, la expulsión de niños y la prevención de nacimientos. Como podemos ver Israel lo tiene claro, sabe que en este sentido la amenaza demográfica lo deja el jaque. Los números que arrojan los censos oficiales son casi un secreto de Estado para Israel, porque dejan al descubierto que su población sigue siendo menor a la de los nativos palestinos. Cuando a principios de octubre pasado estallaron los enfrentamientos más sangrientos de los últimos años sobre las tierras ocupadas, Israel, en crisis y fracturado socialmente, no dejó de lado sus prácticas genocidas, redobladas en perversidad y crueldad, contra los millones de palestinos que necesita expulsar o aniquilar. La sociedad israelí es enteramente colona y su característico supremacismo está por encima de cualquier ideología o postura de izquierda o derecha, progresista o conservadora con que intente disfrazarse. Podemos decir que solo unos miles de israelíes son la excepción a esto: los antisionistas que se atreven a poner en cuestión la estructura colonial de su régimen.
Francesca Albanese, en su informe “Anatomía de un genocidio” explica que el genocidio no es un acto puntual sino un proceso en el cual la eliminación de un pueblo, en este caso el palestino, se va materializando en “una combinación de diferentes actos de persecución o destrucción”. La deshumanización del grupo o pueblo es clave para que los agresores logren llevar adelante sus sádicas prácticas. Israel se ha asegurado de “quitarle humanidad” a los palestinos, durante décadas viene despojándoles de sus rasgos, de sus derechos, reduciéndolos a lo mínimo necesario para poder asesinarlos. “No humanos”, animales u objetos, los palestinos no son humanos para el ente sionista y sus cómplices que con éxito han logrado una impunidad inaudita para jugar siniestramente con el hambre y la sed de un pueblo, para hoy poder burlarse exhibiendo los juguetes, ropas y hogares en ruinas de “eso” que ya no está.
La deshumanización también es un proceso, no es algo que acontece de un día para el otro. Los palestinos han sido invisibilizados y criminalizados desde que este proyecto sionista colonial surgió y posteriormente se oficializó. Acaso ¿fueron consultados los palestinos antes de instalar en sus tierras el régimen colonial llamado Estado de Israel? Pues ya sabemos que no, como también sabemos que durante las décadas que siguieron tampoco han sido tenidos en cuenta y su demonización, planificada y construida cuidadosamente, se acrecentó para hoy poder encasillarlos en estereotipos negativos y funcionales al odio con el que se alimentan los colonos y cuántos más en este mundo… Esta deshumanización y a la vez aberrante negación del palestino ha permitido a Israel su sádico actuar, sus impresionantes crímenes y los aberrantes discursos que sin pudor publican. No sólo es como dicen “el primer genocidio documentado en tiempo real por sus propias víctimas” sino que también es la primera vez que podemos ponerle un nombre y apellido propios a las atrocidades que comenten los polítcos y las fuerzas armadas israelíes, porque es en sus redes sociales personales que estos soldados y representantes exhiben su decadencia y sus crímenes.
Pululan también en estas redes sociales demostraciones del trauma en los palestinos. El trauma es “la experiencia de un estrés inescapable que impide los mecanismos naturales de afrontamiento para resolver una situación”*. Literalmente el cerebro deja de funcionar en ciertas áreas y por eso no se puede procesar lo que acontece, es tan abrumadora la situación que no se puede afrontar y en Gaza hoy no existe momento ni lugar en el que el «estrés inescapable» de la constante amenaza no esté presente. El pueblo palestino soporta un estado de amenaza perpetuado, una realidad que les impone trauma a todos. No hay dónde buscar auxilio porque los mismos hopitales son atacados, sus trabajadores son amenazados, reprimidos, torturados y asesinados… Curan en condiciones extremas y traumáticas porque el miedo, el estrés y la ansiedad no excluyen a nadie. Morir, de hambre, aplastado, bombardeado… despertar siendo el único sobreviviente, rescatar personas o lo que las bombas dejaron de ellas, huir, desplazarse una, dos, cinco o diez veces… ver tu casa demolida, tu familiar detenido y tú sin noticias… perder la vida, la familia, tu amigo, tu hogar, tu escuela, tu médico, tu comunidad… tu ropa, tu libro preferido, el juguete que amas, tu mascota, tu mezquita y el paisaje que veías desde tu ventana… La lista de lo que “se pierde” es interminablemente abrumadora… Los traumas que deben asimilar los palestinos rompen con todos los manuales de psicología y psiquiatría. La perpetuidad del evento traumático que se repite una y otra vez lo torna más profundo y difícil de asimilar, porque esa amenaza constante e inescapable acaba mezclando una ficticia normalización y una real disociación.
¿Cuánto más pueden soportar los palestinos? ¿Cuánto más pueden soportar sus médicos y licenciados? Palestina necesita alcanzar la esperanza, la seguridad y la justicia para “curarse”. En Palestina debe darse un real proceso de descolonización, no puede el mundo exigirle a los palestinos continuar sobreviviendo y soportar el trauma perpetuo que les impone el régimen colonial de Israel. No existe –ni existirá- un tratamiento efectivo para trauma que pueda prescindir de la seguridad. Contar con un espacio y una sensación de seguridad estable es requisito indispensable. Un alto al fuego no es suficiente, Palestina se cura poniendo fin a la ocupación y con la libertad de su digno pueblo.
“Éste es el apoyo psicológico que necesita el pueblo de Gaza: defender su libertad”. Elif Banu Uçar.
*Definición de la Neurocientífica Mgter. Marcela Scarafia.