Para avanzar es ineludible reconocer los problemas
Para buscar la posible solución a cualquier problema, lo primero es reconocer la existencia del problema. Parece obvio, pero en la confusa (y confundida) sociedad actual, suele soslayarse. Si no se reconocen los problemas, no es posible avanzar. Ni mucho, ni poco.
Primero se reconoce la enfermedad o la dolencia, luego la causa de la misma (el diagnóstico), a partir de éste se busca y halla el remedio (si lo hubiera, claro) y, finalmente, la forma de administrar el remedio: es la regla tradicional de «los cuatro pasos», la enseñanza que suele quedar olvidada en la fábula famosa de «quién le pone el cascabel al gato» (que sería el paso último). La solución jamás precede al análisis del problema… a no ser, claro, que seamos como la industria farmacéutica, la cual, primero presenta la oferta y luego genera la demanda. La frase de «venimos a plantear soluciones, no problemas» sólo vale para esas compañías mercantiles que quieren colocar su mercancía y partidos políticos que funcionan igual.
La ceremonia de las confusiones consolidadas
El mayor problema son las confusiones, no por pueriles menos consolidadas, que en España (y no sólo en nuestra nación) se mantienen sobre el islam como religión (aceptemos por ahora el término) y otros planos de la existencia. «Empanadas» generadas tanto entre paisanos no musulmanes o ajenos a los musulmanes, como por creencias, inercias y actitudes de no pocos musulmanes.
► La primera confusión es la provocada entre religión y costumbres, sobre todo las identificadas como propias (con mayor o menor acierto) del Magreb.
► La segunda «empanada» mental es la identificación automática entre origen (magrebín, senegalés, árabe…) con musulmán. Para empezar contamos con una nebulosa etnográfica tan imprecisa como turbia, donde lo «Árabemoro» abarca incluso naciones tan poco árabes como Senegal, Mali, Irán o Tayiquistán (tenemos enciclopedias que los consideran «naciones árabes») o nada amazigas como Siria, Emiratos Unidos o el Sudán. Como han señalado con guasas muchos observadores -musulmanes y no musulmanes- en La Tierra existe un gran país llamado ‘Musulmalandia‘ que abarca, o linda, o se superpone -no sabemos realmente, cada cual lo imagina así o asao- con ‘El País de los Moros‘ que, a su vez, se extiende por el planeta junto -o dentro, o sobre, o entre… vaya usted a saber, no nos llega el cerebro a tanto ¡no nos presionen, por favor!- a ‘Islamistán‘.
Pero mucho más grave es mezclar el plano étnico y cultural con el religioso, vinculándose lo «árabemoro» con el islam: todo «árabemoro» es musulmán, y todo musulmán es «árabemoro». Y nos encontramos que muchos «latinos» musulmanes han venido entendiendo que, para llevar correctamente el islam en sus países, han de arabizarse («magrebizarse» o «levantinizarse»). Aunque también hemos observado que a muchos hispanos, más tarde o más temprano, se les pasa -por fortuna- este revoltijo o «matrimonio forzado», y por este «divorcio» algunos «portavoces cualificados» de la «clase religiosa» sostienen que resulta imposible que un peruano, un español peninsular, un argentino, un chileno, un centroamericano, un dominicano… puedan llegar a ser «musulmanes auténticos». Para ellos un hispano está ya «tarado» para entrar y seguir el «diin». Recalcamos: no se trata sólo de gentes sencillas; esto lo sostienen titulados «expertos del diin».
Ya sabíamos que esta «empanada» mental no se genera sólo entre las masas «despistadas» del Occidente con presuntas «raíces judeo-cristianas» (no nos meteremos en este fregado por hoy) sino desde sus medios de persuasión y academias que preparan a sus elementos «cualificados». Pero quizás no sean tantos los apercibidos que tal «pedrada» es compartida -o convalidada como diría Aurora Ali-, además de por los contingentes de fieles «despistados» de la llamada «Umma», por buena parte de su «clase religiosa».
► Y en tercer lugar contamos con la asociación de islam con extremismo, fanatismo, terrorismo, totalitarismo… y demás cosas oscuras que albergan horrores. Y también en esta confusión se observa cierta colaboración por parte de los mismos musulmanes, por su indolencia, su cobardía o su necedad.
En esta ocasión, nos centraremos en señalar errores garrafales a la hora de «enfrentar» esta última asociación.
Fieles «musulmuanados» y «dawas» narcotizantes
► No, ni siquiera la mayor confusión la provocan los extremadamente violentos.
La peor confusión que soportamos los musulmanes no procede de los terroristas (una minoría exigua por mucho que multipliquen mediáticamente los peces para meter el consabido miedo en las poblaciones -«¡Estamos ya rodeados! ¡El vecino puede ser un terrorista al acecho!»-) que cometen sus crímenes en nombre del islam. De la misma forma que los peores no son quienes vienen a matarte o a lesionarte, sino aquellos que te drogan para que quedes a merced de los agresores, los peores son quienes se han dedicado a anestesiar al personal en nombre del islam. El fanático con cuchillo te elimina físicamente. El suministrador de narcóticos te arrasa el intelecto y alcanza un número mucho mayor de víctimas.
Hemos de rechazar tajantemente la autocomplaciencia oficial (por otro lado bastante forzada) del «aljamdulilah», «mash’alah», como somos musulmanes ganaremos al final, y por tanto echémonos a dormir que lo principal lo tenemos ganado. Solo debemos preocuparnos por seguir agarrados a la «cuerda más fuerte»
La realidad es que una mayoría han adoptado la creencia que, formando parte de la «secta salvada» -es decir, del «club de los elegidos»- es suficiente y, por tanto, ya pueden ser sujetos caprichosos sin el más mínimo conocimiento ni reflexión. Puedes no cumplir los preceptos -incluso ninguno de ellos-: lo decisivo es poseer el «documento islámico de identidad».
► La más popular consigna narcotizante: «el Islam es paz».
Muchos musulmanes podrán repetir, hablando o por escrito, el lema de «El islam es paz, no es terrorismo; el islam es paz, no es terrorismo; el islam es paz, no es terrorismo…».
Podrán repetir esta consigna cincuenta veces, cien, o mil, o diez mil veces, pero este lema suena igual a lo divulgado por los voceros de los partidos que se presumen democráticos cuando aparecen noticias sobre su corrupción o malversación sistemática: «somos un partido honrado». De la misma forma que ningún español se cree a estas alturas de la película -ni siquiera los millones que les votan ciegamente- que tales partidos sean decentes, nadie, con dos dedos de frente y sin mucho conocimiento de islam -incluidas las masas musulmanas- va a creer en ese lema («El islam es paz») si quienes lo repiten no tienen el coraje y el conocimiento (además de cierto dominio del lenguaje y de sí mismos) de explicar -y denunciar- con un mínimo de seriedad cómo y porqué ha surgido el extremismo y el consiguiente terrorismo que se parapeta bajo la bandera del islam, y quien o quienes los han promovido o consentido, más allá de teorías sobre conspiraciones, operaciones encubiertas y manipulaciones mediáticas -las cuales haberlas las hay, por supuesto, pero son manifiestamente insuficientes y no sirven para diagnosticar los extremismos y las causas de éstos-.
► La degradación de ciertas sentencias en formulismos piadosos
Hemos constatado que la mayoría de los fieles han decidido no meterse en problemas (hasta cierto punto es natural) aunque optando por parecer ciegos y sordos. Y se han juramentado en hacerse los tontos (en esto revelan una gran sintonía con la idiosincrasia actual española) para seguir sumisos en el abismo de la ignorancia impuesta y auto-impuesta, para expresar, «cuando toque», formulismos presuntamente piadosos (con exaltación y voz alta en ocasiones puntuales, y con suavidad la mayoría de veces) con muy poco sentido o ninguno.
Por ejemplo, la frase «Dios sabe más» es siempre cierta, pero eso no justifica, en modo alguno, a tantos fieles empeñados, desde la una del mediodía del viernes a la una del mediodía del viernes siguiente, en nunca saber ni querer saber nada. No por tratar de conocer qué pasa y porqué pasa lo que pasa, vamos a hacerle sombra a Al’lah.
Si la mayoría de los musulmanes de «nuestras regiones de Islamistán» han adoptado la ceguera voluntaria no ha sido por piedad o temor ridículo a Dios («Al’lah se enfada si nos atrevemos a observar el mundo, y menos sin autorización y guía de los expertos») sino por rechazo a darse cuenta, a percibir algo, que les «intranquilice» o les muerda la conciencia («ojos que no ven, corazón que no siente»): lo hacen para sostener sus esquemas de rebaño. Esa cobertura supuestamente piadosa es para sostener la ceguera, es autoengaño mezquino e hipócrita.
► La reconversión de algunas enseñanzas en excusas para la ignorancia
Por ejemplo, el famoso hadiz extra-coránico de «el buen creyente es quien no se mete en aquello que no le concierne» (al margen de la postura que mantengamos ante los dichosos hadices ajenos al Honrado Corán, pues cada uno valdrá o no servirá por sí mismo) no es mala enseñanza, pero interpretarlo como excusa para no querer conocer qué pasa «porque no es de mi incumbencia» es el colmo de la idiotiza y del individualismo. Con posturas así ¿Cómo se atreven, pues, a llenarse la boca hablando de «hermanos» y «hermanas»?
La mayoría de los musulmanes en las naciones hispanas (nos sorprendería comprobar en algunas no fuera un fenómeno extendido) se hacen los sordos por haber optado en convertirse en elementos atentos sólo «a sus labores». Desde luego, para la mayoría, procurarse el sustento es carga muy considerable y hasta heroica (y cada vez lo es más por causa de «nuestras» oligarquías depredadoras lanzadas al expolio como si fuéramos todos casi palestinos en manos de colonos sionistas), pero quienes eligen el «diin» camino del homínido atento sólo al pan y al cobijo (al suyo exclusivamente y que se hunda el resto) no deben aparentar hermandad o pertenencia comunitaria alguna. Si no quieren enterarse se nada es para mantener esa inercia de formulismos y costumbres festivas, sin compromiso alguno más que seguir con tales hábitos, a las cuales revisten con el nombre «islam».
► El miedo esgrimido por los guardianes del rebaño: «impedir la fitna en la umma».
Es otra conocidísima falacia biempensante. Dejando aparte que estos guardianes sólo suelen descalificar a unos «provocadores» de fitna pero nada dicen de otros, la mayoría de los fieles permanecen mudos porque «no quieren buscarse líos» ni comprometerse con nada, excepto para soltar «zalamerías» (que viene justamente de «salam») y ñoñerías presuntamente piadosas sin contexto ni mucho sentido.
Gran parte de los musulmanes, tanto las «bases» como sus «pro-hombres», prefieren hacerse los «despistados», parecen estar satisfechos con «no saben, no contestan», en seguir sumidos en el abismo, no tanto de la ignorancia, sino de la necedad -es mucho peor-, manteniendo sus mentes en sintonía con el cemento armado y rechazando cualquier observación o reflexión porque éstas les puede empujar verse obligados a actuar más allá de «sus labores». Es la realidad cruda.