Advertencia previa. Este pequeño artículo es obra de un autor cristiano, Esaul R. Álvarez, y sus argumentos arrancan de su visión cristiana. Es justo y oportuno en tanto que desmonta (desde la particular perspectiva cristiana) una de las patrañas más extendidas en la actualidad: el «Judeo-cristianismo». Resulta muy significativo que una asociación realizada en su momento por adversarios al cristianismo (o contrarios a la Cristiandad, que no son necesariamente la misma cosa), se haya convertido, en los últimos ochenta años, en timbre de orgullo para sectores de la Cristiandad Moderna (no descubrimos nada nuevo al señalar que la mayor parte ni siquiera son cristianos), tanto entre los llamados liberales como entre considerados como conservadores, acogidos a diferentes comuniones desde la católica hasta la pentecostalista pasando por las iglesias reformadas «clásicas» (baptista, luterana, presbiteriana…).
Ya hemos hablado, en otras ocasiones, de la falsedad que encierra este término que responde a intereses políticos, como es propio de la moderna neolengua. En esta ocasión, vamos a mostrar cómo la auténtica Tradición cristiana contiene dogmas fundamentales que resultan incompatibles con la falsedad herética que propone el moderno y judaizante término de ‘judeocristianismo’.
El término judeocristianismo encuentra su justificación en la idea, cada vez más extendida, que los seguidores de la religión mosaica son «hermanos mayores en la Fe» de los cristianos. Esta idea, ya lo hemos apuntado en otras ocasiones, va dirigida a socavar la Fe y la identidad de los cristianos, y muy especialmente de los católicos, pues otras ramas del cristianismo resisten de momento la influencia de esta campaña de confusión.
Otro ejemplo de esta estrategia perversa claramente dirigida a debilitar la Fe y la identidad católica es el énfasis que se pone en «humanizar» todo lo posible a Cristo, olvidando y dejando de lado su lado divino, de modo que es cada vez más frecuente referirse al Mesías como Jesús y cada vez más extraño escuchar Cristo o Jesucristo.
Para el tema que nos interesa aquí, que no es otro que demostrar la falsedad de la tesis judeocristiana, diremos que la misma es falsa por muchas razones tanto históricas como culturales, que se pueden resumir en dos tesis principales:
- El judaísmo moderno actual, posterior a la destrucción del Templo (a veces denominado talmúdico) no es el de los tiempos de Jesús.
- Nunca ha existido una simbiosis cultural relevante entre cristianos y judíos, ambas comunidades se diferenciaron muy pronto en el tiempo y se desarrollaron por separado.
Es una evidencia que los primeros cristianos debieron construir su identidad frente a Roma y frente al Sanedrín. El término invita a imaginar una síntesis apacible y fecunda entre ambas tradiciones, pero dicha síntesis es una mera ficción, nunca existió. Como es sabido el primer mártir cristiano, san Esteban, fue lapidado por orden de autoridades judías en presencia del mismo san Pablo, ¿cómo habrían podido sentirse «judeocristianos» aquellos primeros cristianos perseguidos por los que antes habían sido compañeros en la sinagoga?
Por otra parte el cristianismo primitivo se helenizó muy rápidamente, tanto san Esteban como san Pablo tenían por lengua materna el griego y los mismos evangelios fueron escritos en griego koiné. Esta influencia cultural griega es innegable en muchos aspectos capitales del cristianismo, por ejemplo en el ámbito del simbolismo y el arte: la tradición iconográfica cristiana se opone a la iconoclasia semita. Sin embargo no se oye hablar de un hipotético greco-cristianismo o algo semejante. Esto demuestra el carácter arbitrario, artificial e interesado del término ‘judeocristiano’.
Por último señalemos que la vocación cosmopolita del cristianismo desde sus orígenes -que encuentra su justificación en las citas que expondremos más adelante- contrasta con cualquier idea nacionalista o supremacista que ya se atisbaba en algunas tendencias del judaísmo en época de Jesús.
Pero aunque son posibles diferentes perspectivas a la hora de abordar la cuestión del supuesto ‘judeocristianismo’ -análisis histórico, socio-cultural, teológico, etc.-, todas necesarias para desmontar esta falacia cada vez más extendida y en absoluto incompatibles entre sí, queremos centrarnos en la argumentación teológica y justificarla en base a la Escritura y la Tradición.
ALGUNAS RAZONES TEOLÓGICAS QUE REFUTAN EL FALSO CONCEPTO DE ‘JUDEOCRISTIANISMO’.
Comenzando por la Tradición sagrada cristiana, dice el Credo:
«Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos.»
«Antes de todos los siglos». Es decir, Jesucristo, es Él anterior a cualquier religión, anterior por tanto al judaísmo. ¿Cómo podría ser este padre o hermano mayor de la Fe cristiana en un sentido temporal o atemporal si ésta ya se encontraba prefigurada en el origen mismo del mundo?
Este dogma no es baladí ni está puesto ahí por casualidad. Se fundamenta en pasajes de la Escritura y del Antiguo Testamento como veremos en seguida.
Pero en este primer momento queremos destacar que este pasaje hace referencia explícita a la Tradición Primordial, es decir a la Tradición Adánica, por tanto previa a Moisés y a Abraham. Este aserto del Credo enlaza el cristianismo directamente con Adán y con la Tradición o cadena áurea de todos los siglos y lugares.
Lo que se nos está diciendo es: el cristianismo no es un invento humano en un tiempo y lugar determinados sino una expresión concreta -una manifestación- de la Tradición, que es Universal y Eterna. Es decir es revelada y establecida desde una instancia Superior, no de origen humano.
Por su parte, la tradición hebrea también se encuentra enlazada directamente con esta Tradición Primordial. Encontramos el establecimiento de este vínculo en el conocido pasaje del encuentro entre Melquisedec y Abraham:
«Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo,
sacó pan y vino, y bendijo a Abraham.» (Gn. 14:18-19) [1]
Encontramos idéntica filiación espiritual en el cristianismo cuando el mismo Melquisedec es citado por san Pablo como fundamento espiritual y sacerdotal del cristianismo como se dice expresamente en la Epístola a los Hebreos.
«Tú eres sacerdote para la eternidad [literalmente eón] a la manera de Melquisedec.» (Hb. 5:6).
Aunque son posibles varias traducciones el pasaje no deja lugar a dudas sobre su sentido. El cristianismo emparenta directamente con Melquisedec y por tanto, y esto es crucial, no procede de ningún modo, ni sacerdotalmente ni espiritualmente, de Moisés ni del judaísmo pues remonta sus fuentes más allá de Abraham (ver más adelante la cita de Jn. 8:58).
Por tanto no asistimos aquí a una escisión de la Tradición mosaica, como se entiende a menudo un tanto vulgarmente, y como se pretende desde ciertas instancias últimamente, sino al establecimiento -desde el Cielo- de una nueva Tradición independiente del mosaísmo y que se ancla directamente a la Tradición Primordial.
Podemos describir esto visualmente situando la acción divina -proveniente simbólicamente del Cielo- como un eje vertical que «corta» el eje temporal horizontal. Es esta acción divina la que funda la nueva Tradición (Nueva Alianza) que es el cristianismo. No es casualidad que en la Institución de la Eucaristía, en la cena del Jueves Santo reaparezcan el pan y el vino que Melquisedec ofreció a Abraham.
***
Para aquellos que pretendan objetar que Jesús era de ascendencia judía y estricto practicante de la Ley mosaica e incluso rabino (maestro, experto en los textos sagrados) y que por ello el cristianismo «procede» del judaísmo, mostraremos tres argumentos que refutan semejante tesis -no por más extendida menos falsa-.
- El primer argumento es que aquí nos referimos a la genealogía espiritual del cristianismo, no a la genealogía humana de Jesús.
- El segundo argumento es el carácter «eterno» del sacerdocio de Jesús según la Escritura.
- El tercer argumento es la propia genealogía humana de Jesús, que confirma como veremos a continuación nuestro análisis.
El primer argumento no requiere mayor análisis y se hace evidente en la representación gráfica que hemos mostrado.
En cuanto al segundo, en el versículo inmediatamente anterior al ya citado de la Epístola a los Hebreos, dice san Pablo: «Tampoco Cristo se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió de quien le dijo: Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy.» (Hb. 5:5)
En realidad basta esta sola cita para refutar por completo la farsa del judeocristianismo. Pero aquí, además, la genealogía humana de Jesús viene a confirmar nuestro análisis pues es sabido que el sacerdocio mosaico era exclusivo y se heredaba por la tribu de Leví mientras Jesús era descendiente de la tribu de Judá (Mt 1, 2-16; Lc 3, 23-38). De modo que el sacerdocio cristiano no puede ser proveniente de la tradición mosaica, es independiente a ésta y se remite a Melquisedec como indica el pasaje paulino ya citado.
La expresión original «sacerdote por siempre según el orden de Melquisedec» procede del Salmo 110 (109), lo cual es relevante porque nos vuelve a situar frente al argumento que hemos citado del Credo y que no es otro que el de la preexistencia y el sacerdocio de Cristo.
Acerca de la preexistencia se podría añadir algún texto más, en particular del Libro de la Sabiduría que nos llevaría a interesantes reflexiones, pero lo esencial para desmontar la farsa del judeocristianismo ha sido dicho ya.
Asimismo encontramos el dogma de la preexistencia de Cristo en el evangelio de Juan, y por partida doble: está presente ya en el conocido comienzo del Evangelio (ver el pasaje completo Jn. 1:1-5) y más tarde en las palabras del mismo Jesús, testimonio que no cabe por tanto rebatir ni cuestionar:
«En verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy.» (Jn. 8:58)