En Palestina asistimos a la devastación de un pueblo arraigado en su tierra por parte de un Estado-nación moderno, creado artificialmente como extensión del sueño milenarista que es la ideología del Imperio. Bombardeos masivos de civiles, miles de niños asesinados, desplazamiento de la población, fosas comunes, hambre y desolación… La táctica de tierra quemada hace evidente las intenciones genocidas de Israel: arrasarlo todo a su paso para que los palestinos no tengan lugares habitables a donde regresar, con el propósito de ocupar esas tierras más adelante con colonos. Todo ello con la cobertura de los medios de comunicación de masas y de los gobiernos de oriente y de occidente. Financiado por la coca-cola y por la industria armamentística. A diferencia de los muchos genocidios cometidos en los últimos siglos, el palestino está teniendo lugar ante nuestros ojos, sin otra oposición que la conciencia popular, impotente ante la magnitud de los medios que Israel despliega. Toda resistencia es vista como una oposición a la supremacía de la civilización occidental. Incluso el protestar contra el genocidio es convertido en un delito. Asistiremos a purgas. Los algoritmos seleccionarán la información que debe circular.
Hay una dimensión inmediata que hace referencia al carácter racista del Estado de Israel y a sus políticas de limpieza étnica. La situación es desgarradora. Nuestra atención se centra en las matanzas y nos movilizamos para tratar de detenerlas. Realizamos análisis, enarbolamos banderas y gritamos consignas, pidiendo un alto el fuego. Algunos se atreven a llevar a Israel ante los tribunales… pero el genocidio continúa. Nos topamos con un muro: ni los gobiernos occidentales ni las instituciones internacionales responden a la demanda de justicia, haciendo caso omiso de sus propias leyes y principios fundadores. Nos preguntamos entonces por las causas de esta impunidad. Y nos damos cuenta de las dimensiones del monstruo al que nos enfrentamos. Es difícil comprender la complicidad de los gobiernos occidentales sin una perspectiva más amplia, que nos muestra la dimensión apocalíptica de la Modernidad como pulsión de muerte orientada a un fin escatológico. Esta no puede explicarse en términos geoestretégicos, ni siquiera apelando al supremacismo blanco.
El propósito de esta guerra no es sólo el genocidio del pueblo palestino sino seguir avanzando hacia el desarraigo generalizado. Todo debe ser puesto bajo la organización de la vida por parte del poder omnímodo de la razón instrumental, asociada a un sistema económico depredador. Se trata de arrancar al ser humano de su conexión con lo divino-creador y ponerlo a disposición de los dispositivos de poder que lo moldean como un ciudadano obediente y responsable, libre para producir y consumir. El planeta tierra está en peligro de transformarse de la obra de un Creador misericordioso en un inmenso campo de concentración controlado por psicópatas que viven la ficción de su soberanía. Quieren convertirnos en humanoides dependientes de un engranaje dentro del cual somos piezas intercambiables sin alma y sin destino. Pero también afirmativos de nuestra voluntad de ser en el marco de la ley de la oferta y la demanda, cuya gama de productos no deja de crecer. A los buenos ciudadanos les está permitida su dosis de ficción. La industria te ofrece tanto los modelos como los medios para moldearte. Por un módico precio puedes ser lo que quieras. Gracias a la industria del espectáculo la diversión está garantizada.
Si los gobiernos e instituciones occidentales apoyan a Israel es porque es uno de los suyos. Es parte de un proyecto de dominación que busca moldear la totalidad de lo ente, creando un nuevo tipo de humanidad a través de técnicas de crianza que nos desarraigan de nuestra naturaleza original. La devastación completa del mundo de la vida y de las sabidurías y de las tradiciones ancestrales de los pueblos por medio de una racionalidad científico-técnica, que lo nivela todo en aras de la organización. Pero esta es sólo un medio para un fin escatológico que para la mayoría permanece oculto. Un proyecto teológico-político que no ha dejado, en ningún momento, de mover los hilos de la historia, concebida como historia de la salvación por los Padres de la Iglesia. Todo persigue un fin escatológico más allá de toda razón y de todo cálculo utilitario, que los sionistas cristianos pensaron hace siglos como inseparable del Imperio. Se mueve según una lógica interna que sus propios defensores desconocen, según un impulso religioso cuyo objetivo es la evangelización del mundo, encubierta como ilustración, progreso, desarrollo, democratización o secularismo. Se trata de la creación de un mundo nuevo, lo cual pasa por la erradicación del viejo. Se trata de preparar la llegada del Apocalipsis, que en nuestros días se presenta bajo la máscara de la guerra nuclear. Un impulso histórico imperioso que actúa como el motor secreto de la política de dominación que vemos desplegarse en el planeta. La búsqueda del fin, más allá de todo límite, por todos los medios disponibles. Una tendencia inseparable de la supremacía de Occidente. Esta es la razón de la creación de Israel como Estado colonial. Lo cual explica el apoyo incondicional que recibe de los evangélicos fundamentalistas. Extraña alianza entre apocalípticos cristianos que consideran el Estado de Israel como un paso previo necesario para la desaparición del judaísmo, y judíos secularizados que consideran a Jesús como un falso Mesías. Sin duda tienen razón los judíos ortodoxos: el sionismo es una afrenta al judaísmo tradicional. Los sionistas de origen judío han hecho apostasía de su tradición a cambio de formar parte de la Modernidad colonial.
La proclamación de los Derechos Humanos y el anti-racismo promovido por Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial se nos muestran como parte de su estrategia. Se trataba, en ese momento, de otorgar independencias formales a los Estados-nación del llamado «tercer mundo», e incluirlos como periferia en una organización mundial que apunta a un gobierno mundial. Esto fue factible en la medida en que dichos Estados habían sido convenientemente moldeados por el colonialismo, quedando sus economías supeditadas al gran Capital controlado desde las metrópolis. La aceptación, e incluso colaboración con el genocidio palestino, de la mayoría de los Estados-nación de población mayoritariamente musulmana da cuenta de su sumisión a este sistema planetario. Esto es parte de la tragedia palestina. Por mucho que los musulmanes seamos una cuarta parte de la población mundial, no existe un «mundo islámico» autónomo ni soberano. Las élites que los gobiernan son totalmente sumisas a un sistema económico basado en la usura, radicalmente contrario a los principios del islam. Son parte de la maquinaria que amenaza con destruir la vida en el planeta. Su tarea es la promoción de un pseudo-islam compatible con la Modernidad; es decir, con el paradigma científico-técnico que sirve como base de la dominación del mundo de la vida. Un islam sin ángeles ni éxtasis. Un islam racionalizado para el cual la revelación es la base de una moral represiva y de un sistema jurídico al servicio del Estado, y no una experiencia interior que puede transformarnos, ni la base para una vida comunitaria sin jerarquías ni opresión.
Lo que la Modernidad odia, por encima de todo, son las tradiciones de sabiduría que proporcionan un arraigo en la vida al margen de las mediaciones institucionales y de los dispositivos de control. Odia la libertad interior de quienes se saben conectados íntimamente con Al-lâh y que, por tanto, no admiten otra guía que la revelación y la empatía que los une al resto de las criaturas. Odia todo aquello que pone en evidencia la ficción de su dominio y proporciona a los pueblos la fuerza para resistir a su avance implacable.
Qué Al-lâh bendiga al pueblo palestino.
Qué Al-lâh nos ayude a arraigar en Su recuerdo.
Qué Al-lâh mantenga viva la llama del islam en nuestro corazón.
Qué Al-lâh de fuerzas a quienes resisten.
No hay poder salvo el Poder de Al-lâh.
«Incluso protestar contra un genocidio se está convirtiendo en un delito».
Quizás sea lo más relevante en el presuntuoso «Mundo Libre».
Pero esto ha sido prácticamente así desde hace ochenta años. Protestar o condenar la naturaleza y prácticas terroristas, cuando no genocidas, del movimiento sionista, te convertía automáticamente en un apestado tanto en EeUu, Canadá y Gran Bretaña como en la Europa «liberada» por las potencias angloamericanas.
Como señala Carlos Caballero, el supremacismo étnico, el racismo, el nacionalismo… se ha vendido como opuestos a la modernidad «ilustrada», cuando siempre han sido la otra cara de la moneda de la modernidad.
El sionismo reúne y condensa todos los supremacismos (el de identidad religiosa, el mesiánico, el etnicista, el «victimista exclusivo», el demoliberal, el «desarrollista», el progresista…) expresiones todas ellas, como diría Carmen del Río, del espíritu iblísico: «yo soy de fuego, el otro es de barro».
Si una quiere comentar algo a una artículo tan sentido y pensado como este de Abdennur, la verdad es que con el trecho que llevamos andado una siente muchas veces que el único comentario inteligible es llorar. Porque es que consterna, ya no es que se nos exija plegarnos a lo que diga alguien y prescindir de que sea verdad o mentira, no . Ahora lo que se nos exige es plegarnos y que sepamos que eso a lo que nos plegamos es mentira, pero que si eres lo que debes o se te permite ser, tu deber es plegarte a la mentira y cantarla y aprobarla mucho y lamer el culo al amo de la mentira y la mentira no se disfraza, se defiende como tal, porque es «lo que toca». Ese es el deber de ciudadano Si vivimos en eso que dice Abennur y en eso que ha comentado Guiado. Estamos en aquella escena evangélica en que Satanás en una altura tienta a Jesús y le muestra todo los reinos a sus pies y le dice «todo esto será tuyo si, postrándote ante mi, me adoras». Todo el triunfo, todo lo guay será nuestro si prescindiendo de decencia y dignidad decimos amén a todas las maldades y aberraciones. Eso hace el siodiós, el conglomerado del estado superfallido, por otro nombre mal llamado «Israel». En cierto modo, es un motivo de satisfacción que haya tantas voces que le mandan a Satanás que se vaya a donde se suele. Es lo que nos ha tocado vivir y, a tantos, lo que les ha tocado morir y sufrir. Al menos el confiar en nuestro Creador, nos da la paz de saber que todo esto es mentira, y por tanto, como decían los autos sacramentales, el gran teatro del mundo, y luego está la verdad,la intimidad, el colmar de todas las aspiraciones de los seres a la intimidad divina. Y qué duda cabe que quienes ahora padecen por la justicia, viven en La Verdad y esta los colmará con sus dones infinitos. ¡Que Dios premie, resarza y consuele a quienes sufren por Su causa, es decir, por lo que es justo y cierto! sea Su caricia ese triunfo que hará que todo lo que fue humo no haya sido nunca y solo quede Su faz.