(Ponencia pronunciada en el Salón de actos de la Junta municipal de Ciudad Lineal el 9 de marzo de 2017 en el acto Mujeres de la Vanguardia)
Buenas tardes a todos.
Ante todo agradezco que se me haya brindado la ocasión de estar ante ustedes y de compartir estrado con cinco compañeras tan excelentes y agradezco, en particular, que esté presente en este acto de nuestro distrito la portavoz del Ayuntamiento de Madrid.
Como ya les ha anunciado Annelis, trataré de dar una idea de lo que aportan y pueden aportar las mujeres musulmanas a la construcción del mejor futuro posible para todos los españoles. No obstante, antes de entrar de lleno en ese panorama, creo preciso dar una visión general de la población española en lo que nos concierne a todos y, en particular, a los musulmanes.
Podemos decir que muchos musulmanes son una minoría por partida doble: primero por ser musulmanes en un país mayoritaria y nominalmente católico, y también por ser inmigrantes.
Antes de entrar en más detalle, se plantea la pregunta, de cuántos musulmanes hay en España.
Para contestar a eso hay que examinar la composición de ese conjunto que son los musulmanes avecindados en España, aunque me parece que no hay respuesta exacta a esa pregunta. Una buena parte son inmigrantes y se entiende que, a su ingreso en España, la adjudicación de la confesión a la que estén adheridos se basará en la deducción que, si provienen de un país musulmán, serán musulmanes, al menos nominalmente y, si no, no. Por supuesto eso son meras suposiciones. Pueden ser musulmanes procediendo de Polonia, por ejemplo, y pueden no ser musulmanes aunque vengan de Marruecos. A falta de otra cosa, sin embargo, y tomado a bulto, demos por buena esa suposición.
Otra parte de la minoría musulmana somos los conversos de raigambre española, entre los que me cuento. Creo no revelar nada nuevo si digo que la manera en que se suele presentar al musulmán avecindado en España es siempre como inmigrante y además como inmigrante inadaptado, hostil y problemático. Es una imagen negativa y, además, falsa. En primer lugar, como dije, no se sabe cuántos musulmanes somos, contando la inmigración, y menos aún se sabe cuántos somos conversos. Y, además, es imposible saberlo. La mayoría de los musulmanes conversos en los censos figuramos como católicos porque fuimos bautizados. Por supuesto, minimizar la cifra de conversos viene muy bien a la postura de considerar automáticamente que musulmán es sinónimo de extranjero.
Entonces ¿Cuál es la cifra de los conversos? ¿Cuál es la cifra de musulmanes? En el caso de los conversos creo entender que se tienen en cuenta las conversiones registradas en mezquitas y los afiliados a asociaciones, pero yo sé de musulmanes que no se han registrado en ninguna mezquita ni están en ninguna asociación. He leído en alguna parte como cifra máxima de conversos 50.000, que no me convence. La última cifra más aceptada del total de musulmanes es de 1,800.000, de los que casi la mitad tienen la nacionalidad española.
Aclarado, o no, este punto, vuelvo a un aspecto que reza con todos los inmigrantes y, en particular, con los musulmanes y es que tienen detractores entre ciertos sectores de la población española, como si fueran algo que por tenerlos aquí nos menguara nuestra calidad de españoles o, peor aún, nuestra categoría de europeos. Esos sectores, desde luego, son más minoritarios aún que los de los inmigrantes o de los musulmanes, pero eso no les impide arrogarse la posesión de la españolidad, cuando lo único que reflejan es ignorancia de la historia y de la realidad, ignorancia que no impide que su discurso llene las redes sociales, la prensa y la televisión, y que cree mala sangre entre la gente. Conviene estar armados emocional e intelectualmente frente a ese veneno.
Impulsadas desde la extrema derecha, en estos últimos años hemos sido testigos de sistemáticas campañas de odio: islamófobas, racistas, xenófobas, elegetebifóbicas y, en general, contra cualquier minoría vulnerable. Eso, que es tan malo, sin embargo, ha traído algo bueno que ha sido la formación de alianzas y el hermanamiento entre todos los colectivos y personas solidarios que creemos firmemente en la convivencia respetuosa.
Concretamente, los musulmanes, de extracción española o de ascendencia inmigrante, no somos esa gente hostil, sombría y conflictiva como se nos retrata. Lo mismo que otros colectivos, lejos de ser un problema, somos parte activa e interesada en la solución de todos los problemas.
España hoy es un país de viejos. La natalidad española en los últimos cincuenta años ha sido de las más bajas del mundo y cada vez lo es más. Es posible que la emigración a España haya sido una bendición para los propios inmigrantes, pero de lo que no cabe duda es de que para quien sí lo ha sido y enorme es para la propia España y que los españoles debiéramos dar gracias a Dios por esa bendición y comportarnos en consecuencia. Sin esa inmigración, España se hallaría ahora en una catástrofe demográfica de proporciones descomunales, hasta el punto de que, incluso habiendo evitado esa gran catástrofe gracias a la inmigración, seguimos siendo un país de viejos.
Por otra parte, desde la época de oro en la que llegaron las grandes oleadas de inmigrantes, ya ha pasado el tiempo suficiente como para que ahora nos encontremos con la segunda generación de inmigrantes e incluso en el comienzo de la tercera. Para el conjunto de la población y su composición esto resulta en que, si la España de hoy es un país de viejos, con el tiempo, esa proporción de hijos de la inmigración será cada vez una proporción mayor de la población total.
Esa segunda generación de inmigrantes ha nacido en España o ha pasado aquí su infancia. Por más que se mantengan lazos con el país de origen, el marco de referencia de esas nuevas generaciones es España, sus proyectos y perspectivas de vida parten de su arraigo en España, en esta España de ahora que es fruto también de la contribución de sus padres inmigrantes. Estas jóvenes generaciones ya no viven recordando Marruecos o Argelia o Paquistán, sino mirando a su futuro en el país donde han aprendido a vivir y a luchar.
Luchar. Dura y hermosa palabra, una palabra que siempre han conocido todos los emigrantes y que conocen muy bien ahora las nuevas generaciones de musulmanes y, sobre todo, de musulmanas. Las mujeres musulmanas son las víctimas preferidas de la islamofobia. Lo cual pone de relieve un rasgo particularmente innoble de los islamófobos. Como dirían los varones de bien, arremeter contra mujeres no es de hombres. Muchas de esas musulmanas son muy visibles a causa de la indumentaria pero, incluso cuando no son tan visibles, se topan con ese acoso constante de la islamofobia. Todos sabemos de los estereotipos que se les cuelgan a los musulmanes y todo el discurso de los medios de comunicación y de las redes sociales es un constante machaconeo sobre tópicos como el velo, la sumisión de las musulmanas y la imagen abyecta de sometimiento absoluto de las mujeres musulmanas.
Permítanme decirles algo: si hay una cosa que no somos las musulmanas es sumisas. No. No lo somos, ni las jóvenes ni las viejas.
Permítaseme también en este punto hacer una pequeña digresión. Los musulmanes españoles conversos que tenemos ahora más de cincuenta años, en cierto modo, hemos sido los pioneros del islam español y, sin desmerecer a nadie, creo que se hizo una labor muy meritoria por dar a conocer el islam, renovarlo y, por decirlo de alguna manera, normalizarlo en el sentido de insertarlo en la sociedad española, precisamente no como algo de importación, sino como algo español, como lo fue durante muchos siglos antes de la expulsión. En esa etapa y en esa labor, las mujeres han sido un elemento motor y eficaz para nada a la zaga de los varones. En la esfera pública me permito destacar a Maryam Isabel Romero, actual presidenta de Junta Islámica, quien, aparte de su papel como miembro de esa Junta, con la creación del Instituto Halal, levantó de cero una empresa clave en la economía de carácter islámico, reconocida hoy en todo el mundo como certificadora de productos alimenticios y de todo tipo que satisfacen las exigencias éticas y de salud de los consumidores musulmanes y, por supuesto, de cualquier otro consumidor que los quiera adquirir. Amparo Sánchez Rosell es otra mujer ejemplar y entrañable que ha dirigido una de las asociaciones musulmanas más reconocidas a nivel nacional. Varias asociaciones de mujeres desde el principio llevan reivindicando el lugar de la mujer en el islam y, de hecho, convocaron los primeros cuatro congresos mundiales de feminismo islámico, que se celebraron en España y, juntamente con otras asociaciones, convocaron otros cuatro más. Mal que les pese a ciertos sectores, hoy día el feminismo islámico es un hecho en todo el mundo.
En estos decenios de los que hago memoria, hubo mucho movimiento intelectual de investigación y estudio de las fuentes del islam, sobre todo del honrado Alcorán y, nuevamente, tengo que afirmar que las mujeres somos el principal fermento de esa labor. Como ha mencionado Annelis, a finales de noviembre apareció un libro de exégesis coránica del que soy autora que se titula La soberanía de la mujer en el Corán. Estamos acostumbrados, por lo menos los musulmanes, a que en los medios islámicos más convencionales, aun siendo muy pacíficos y modosos, se repita incansable la afirmación de que en el islam los varones y las mujeres somos iguales, pero… ¡Ojo a los peros, son una de las peores plagas que aqueja a la Humanidad! Ahora, en cambio, somos muchas las mujeres jóvenes y no ya tan jóvenes, creo que de ellas yo soy la más vieja, que luchamos por que no se nos castigue con peros y se nos reconozca a las mujeres no ya la igualdad con los varones, porque los varones no lo son todo, son mucho y muy queridos, pero no lo son todo, digo, pues, que se nos reconozca a las mujeres nuestra soberanía, plena y sin peros, lo que comprende nuestra contribución específica como mujeres, es decir como las reproductoras de la especie, y que no se tome esa contribución como si fuera algo que hacemos en nuestros ratos libres porque nos aburrimos, como un caprichito privado, o que, como lo hacemos porque queremos o porque no tenemos más remedio porque, si no, se acabaría la Humanidad y con ellas nosotras, entonces no tiene por qué reconocérsenos ni tenérsenos en cuenta ni retribuírsenos.
Pensemos. Si no se reconoce como algo honroso el ser quienes guardamos la vida y la damos a los seres humanos ¿Qué respeto podemos los nacidos sentir por nosotros mismos, como si hubiéramos nacido de una máquina o de casualidad? ¿No es mucho más dignificante el sentir que todos y cada uno de nosotros, varones y mujeres, nacemos de un ser al que se honra y se venera por esa capacidad de traernos al mundo, a gozar y esforzarnos en esta vida con otros seres humanos, tan dignos como nosotros? Si no se le honra y se le venera será que eso que trae al mundo tampoco es para tanto. Entonces ¿Somos para tanto o no somos para tanto? Si no tiene ninguna importancia lo que hacemos las mujeres gestando y pariendo, e incluso amamantando, el resultado no tiene por qué tener importancia tampoco.
Eso que estoy diciendo es lo que sostiene el honrado Alcorán y el honrado Alcorán no le impone a la mujer ninguna condición ni exigencia ni restricción por ese motivo ni por ningún otro, aparte naturalmente de la obligación de ser persona de bien que nos incumbe a todos, con las normas de honradez y respeto que eso entraña.
Las musulmanas, al nivel que sea, estamos pues en la tarea fundamental de rescatar el texto original del honrado Alcorán, desembarazándolo de la capa de adherencias que la mentalidad patriarcal ha venido superponiéndole durante siglos, forzándole interpretaciones incoherentes que muchas veces lo hacen incomprensible pero que se nos ha enseñado a aceptar como la cosa más natural del mundo y respaldada por presuntas autoridades.
Las mujeres que estamos en esta labor lo hacemos con la mirada puesta, precisamente, en esas generaciones jóvenes de musulmanas y no musulmanas y en todos los varones comprometidos con la verdad porque todos estamos en la misma sociedad, en la misma hermandad humana.
Mi sentir personal es que la historia próxima de España va a estar marcada por las mujeres. No conozco las cifras pero tengo la idea de que las inmigrantes de Iberoamérica, a diferencia de lo que ha solido ser la emigración en la historia, que ha consistido casi siempre en varones que van a buscar trabajo, de hecho ha sido en este caso una inmigración con un componente femenino preponderante. Todos los días nos cruzamos en la calle con viejos que van del brazo de mujeres que una ya distingue como iberoamericanas y que a mí me conmueven porque estas mujeres están dando un cariño, un calor y unas atenciones a esos ancianitos y una piensa que no es que meramente hayan traído mano de obra, que sí, sino que sencillamente han traído felicidad y que es un privilegio tenerlas.
Entre los musulmanes, no se ha dado esa predominancia de inmigración femenina y, por cuestión de idioma y quizás de ocupación, la primera generación de mujeres musulmanas inmigradas ha pasado con más silencio. Sin embargo, la generación que empieza está formada por mujeres plenamente conscientes de su condición y de las condiciones de su entorno. Son muchas y tienen aspiraciones, constancia y tenacidad. Digo lo mismo: es un gozo ver su espíritu de lucha y su tesón. Los islamófobos no tienen ni idea de con lo que se van a encontrar, precisamente por esa vertiente despreciada en la que más se ceban.
En este contexto y con todo mi optimismo, creo oportuna una advertencia. Las mujeres y los varones de bien debemos ser conscientes que el machismo no es algo que haya ocurrido una vez y que se venza y se acabe para siempre. No. El machismo, como la mentira, la vanidad o cualquier flaqueza humana, siempre está y estará al acecho. No podemos dormirnos en los laureles, si es que alcanzamos alguno. En nosotros los varones y las mujeres de bien está el no dar nunca nada por logrado, porque todos los logros estarán siempre en peligro. El machismo se impuso en la historia y puede volver a imponerse, incluso con más virulencia. En cuanto a nosotras, las mujeres, no es que nos convenga luchar por nuestro propio interés, que sí, desde luego. Pero, aun más que eso, tenemos el deber indeclinable, la encomienda moral y social, de luchar por que se nos dé el trato y se nos reconozca el lugar que se nos debe porque el lugar y la consideración que se nos muestre a nosotras será lo que definirá moral y socialmente a toda la población. Si vamos a ser una sociedad de brutos o vamos a ser una sociedad de personas dignas y de trato igualmente digno. Nosotras no podemos ser comodonas y actuar como víctimas u objetos a quienes se les hacen cosas. Nosotras somos el principal actor. La fuerza de nuestra convicción y el sentimiento de nuestra dignidad y de la dignidad de nuestra condición serán los que definan el tono de toda la sociedad y el ambiente en que nos desenvolveremos todos.
He dicho que somos una sociedad de viejos. Como una de esos viejos quiero terminar diciendo que siento felicidad y agradecimiento de pasar el testigo a las nuevas generaciones de nuestros hijos nacidos de inmigrantes o de nosotros mismos porque ahora lucharemos juntos por nuestra sociedad, por nuestra patria, por la armonía y la satisfacción de habernos reunido en una España que, estoy segura, Dios mediante, estas nuevas generaciones harán libre, grande, generosa y luchadora.
Muchas gracias.