Volvemos a la praxis profética, al momento de la hégira como punto de partida de una nueva comunidad de hombres y mujeres unidos por la apertura a la Realidad en si misma, frente a cualquier poder mundano. Es precisamente de la etapa del Profeta en Medina donde surge la imagen de Muhámmad como «hombre de Estado». Muchos estudiosos han repetido este aserto, sin darse cuenta de su absurdo. Absurdo en primer lugar por su anacronismo. El Estado es una forma de organización política moderna, basada en el concepto de ciudadanía, en el establecimiento de unas fronteras nacionales y de una administración política compleja que apunta a la burocratización de la existencia y a la intervención cada vez más acusada del poder instituido en la vida de las gentes. Pero, sobretodo, absurdo porque ignora por completo la realidad de lo vivido en Medina. Como veremos, en la ciudad de Medina no fueron instauradas ninguna de las instituciones a través de las cuales el Estado ejerce su poder. No había jueces ni sistema judicial, ni tribunales ni abogados profesionales. No había ni policía ni sistema carcelario. No había educación controlada desde el poder político. De hecho, no existía nada como un poder político o un sistema administrativo…
Los historiadores que han analizado el funcionamiento de la comunidad profética de Medina han tenido enormes dificultades para definir el tipo de gobierno vigente y su funcionamiento. No es que falten testimonios sobre la comunidad, ni mucho menos. Lo que los historiadores encuentran a faltar son los típicos datos que esperan encontrar, sobre el funcionamiento de la judicatura, de ministros o gobernadores… De todos aquellos elementos típicos de un sistema de gobierno. Pero no encontramos nada de esto: brillan por su ausencia. Como mucho tenemos constancia de la asignación de tareas concretas que pueden ofrecer la imagen precaria de un gobierno, o de algún tipo de organización: tarea de recaudar el azaque a una tribu, tarea de mediar en el zoco, existencia de escribas o secretarios del Profeta, el nombramiento de personas (en concreto tres) para que fueran a juzgar en disputas acaecidas en otras partes de la Península Arábiga… Al margen de estos nombramientos, también sabemos que las decisiones que afectaban a toda la comunidad eran tomadas en concertación, en asamblea.
Citaremos seguidos varios pasajes de la obra de Ali Abd al-Ráziq El islam y los fundamentos del poder, escrita en Egipto en el año 1924. Esta obra constituye una investigación sobre el sistema del Califato histórico, en el momento de su desaparición. El autor dedica mucho espacio a preguntarse sobre si el Mensajero fue realmente un gobernante, o únicamente un líder espiritual que asumió tareas de dirección de la comunidad en aspectos que en principio estaban fuera de lo que era su misión profética. La intención del autor es la de demostrar que el Profeta no vino para establecer ningún sistema político, que su poder era eminentemente religioso, y que por tanto los musulmanes tienen libertad para crear el sistema político que les venga en gana, o que sean capaces de crear… Lo cual, en el momento del colonialismo, fue entendido por muchos como una aceptación tácita de las instituciones impuestas por los colonizadores. Sin embargo, lo que el autor acaba demostrando es, precisamente, que el modo de organización de la comunidad profética puede definirse como una anarquía:
Si nos trasladamos de la judicatura y el gobierno a otras funciones públicas que constituyen la esencia misma de un Estado, bien se base en instituciones financieras, de servicios que aseguren el orden público o de otro tipo de instituciones indispensables para el buen gobierno, incluidas las más simples y rudimentarias, se hace evidente la imposibilidad de dar, en la documentación que nos ha llegado sobre la etapa profética, con algo que nos permita afirmar con convicción y sensatez que hubiera algún tipo de gobierno organizado en tiempos del profeta. (p. 105).
Si fuese cierto que el Profeta (DBS) fundó un gobierno político o hubo esbozado los rasgos que le son propios, ¿cómo es que ese gobierno carecía de las numerosas instituciones que den carácter definido a un poder bien organizado? (p. 119)
A lo dicho se puede responder de otra manera: muchas de las instituciones que hoy consideramos como bases del gobierno tales como las instituciones orgánicas del Estado o los fundamentos de la autoridad, no son más que convenciones contingentes, creaciones artificiales que para nada son indispensables en lo referido a la organización de un Estado que manifiesta ser modelo de simplicidad, gobierno de la naturaleza, enemigo de todo artificio y de todo aquello que rechaza la natural sencillez. Todas las observaciones que se pueden hacer al gobierno profético, bien analizadas, se reducen a una sola idea: dicho gobierno está desprovisto de las apariencias externas que hoy se consideran por parte de los sabios de la ciencia política, como bases de un gobierno civilizado bien que, en realidad, no sean absolutamente necesarias al mismo. Pudieran ser abatidas sin que por ello provocara una falta de autoridad, ni una deriva hacia la anarquía y el desorden. Tal sería la explicación de la pretendida confusión que reinaba en el gobierno profético. (pp.121-122)
En las leyes establecidas por el Profeta (DBS) no encontramos disposición alguna que no se halle inspirada en la sencillez del estado natural. (p. 123)
El Profeta era iletrado. Fue el Enviado de los iletrados. Tanto en su vida privada como en la pública, en las leyes que dictó, nunca se apartó de los principios de la natural sencillez ni de las demandas de la sana y simple naturaleza con la que Al-lâh creó a las criaturas. Bien puede ser, por tanto, que la organización gubernamental en tiempos del Profeta (DBS), se conformara a lo que la natural simplicidad exige. Por ello, no cabe duda de que muchos órganos de poder del presente no sean más que creaciones artificiales, un aparatoso entramado al que nos hubiéramos acostumbrado durante mucho tiempo, de tal forma que se nos ha hecho familiar hasta tal punto que hemos llegado a creer que forma parte de los necesarios fundamentos del poder y bases de su ordenación toda. Sin embargo, con lo visto, parece que no tengan esa prerrogativa. (p. 124)
¡No y mil veces no!: en su momento no hubo ni gobierno, ni Estado [… ] Tal vez sea llegado el momento en que el lector haya podido llegar a encontrar la respuesta a la cuestión que se le ha venido planteando: la ausencia de cualquier tipo de manifestación de autoridad temporal y de gobierno establecido en tiempos del Profeta (DBS). Sin duda, ha podido llegar a comprender la razón de por qué no hubo entonces organización gubernamental alguna, ni tampoco gobernadores, ni jueces, ni ministerios. (p. 144)
La conclusión a la que llega Ali Abd al-Ráziq nos sirve para confrontar la opinión común según la cual el profeta Muhámmad fue jefe de un Estado. La confusión se produce al realizar el salto de la comunidad (en este caso, basada en la libre aceptación de un liderazgo y un mensaje) al Estado, un salto dado de forma arbitraria por los historiadores, sin pararse a pensar que entre comunidad y Estado existe un abismo. Por ejemplo (y es uno entre mil): Manuel Ruiz Figueroa, profesor en El Colegio de México, dice en su ensayo Surgimiento y consolidación del Estado islámico:
Se puede entender por qué Muhámmad tomó la decisión de formar una comunidad exclusivamente compuesta por musulmanes, y además autónoma, o sea, un Estado.
Una frase de este tipo es doblemente falsa. Primero, porque en la llamada Constitución de Medina firmada por el Profeta leemos lo siguiente:
Los judíos de Banu Auf [y a continuación menciona el resto de tribus judías de Medina] son una sola comunidad con los creyentes.
Y segundo: ¡un Estado no es una comunidad! De hecho, se trata de dos fenómenos contrarios e irreconciliables. Como saben anarquistas y antropólogos, allí donde hay Estado las relaciones humanas son secuestradas, y la comunidad es destruida. El Estado es la disolución del ligamen social, justo lo contrario de aquello que la comunidad profética de Medina representa.
El Profeta no tenía ningún privilegio, ni como dirigente de la comunidad ni como Mensajero de Al-lâh, vivía como un hermano entre hermanos. Existen hadices significativos. En uno de ellos un extranjero llega a Medina en busca del Profeta. Entra en una reunión en la cual está presente y ve a un hombre sentado en una silla, un poco más elevado sobre el resto. Se dirige a él, pero no es el Profeta… Éste está tendido sobre el suelo, con su cabeza recostada en los muslos de uno de sus compañeros. Hay otro hadiz que explica que un hombre llegó hasta el Profeta, se emocionó en su presencia, se puso tan nervioso que temblaba… El profeta de dijo: «cálmate, yo no soy ni un rey ni un tirano, soy tan sólo el hijo de una mujer del Quraish que comía de lo que secaba al sol de la Meka»1. Y, según otra tradición, el Profeta fue preguntado por los judíos sí él era un profeta-rey o un profeta-siervo, y él contestó: «elijo ser un profeta-siervo»2.
Una vez Muawiya vino a ver a Ibn al-Zubayr e Ibn Amr. Ibn Amr se puso de pie, pero Ibn al-Zubayr no se levantó. Muawiya le dijo a Ibn Amr: Siéntese, pues el Mensajero de Dios dijo: «Aquellos que se hallan satisfechos cuando la gente se levanta ante su presencia deberían preparar su lugar en el fuego»3.
Hay otro hadiz en el cual Muhámmad realiza una plegaria, y le pide a Al-lâh ser pobre y estar en compañía de los pobres: «Oh Al-lâh, permíteme vivir pobre y hazme morir pobre, y mantenme en la compañía de los pobres»4. Incluso hubo épocas de su vida, siendo dirigente de la comunidad, en las cuales se ataba piedras al cinto para apretar su estómago y camuflar el hambre. Nada que ver con un dirigente que se sitúa socialmente por encima de sus seguidores.
No me resisto a citar una conocida anécdota. El Profeta tenía la costumbre de ir a dormir habiendo dado todo lo que le sobraba de las ganancias del día. No ahorraba nada ni tenía apenas posesiones. Una noche, al ir a acostarse tarde, se dio cuenta de que le habían quedado unas monedas en el bolsillo, que había olvidado repartir. El profeta sale apesadumbrado a media noche, cuando la ciudad duerme, buscando alguien que necesitase esas monedas, y hasta que no lo encuentra no pudo volver a su casa y dormir tranquilamente.
Pero todavía hay más: el Profeta denegó la responsabilidad de dirigir los asuntos de otras tribus árabes que acudieron a él como líder político-religioso. Existe un hadiz al respecto: «Vosotros conocéis vuestros asuntos»5. El Profeta se negó a inmiscuirse en los asuntos internos de las tribus que se reconocieron como musulmanas. Como resultado, a la muerte del Profeta no existía en la Península Arábiga un gobierno unificado, sino diferentes tribus musulmanas coexistiendo, cada una con sus formas de gobierno. Y eso a pesar de haber sido prácticamente unificada religiosamente por el islam. Esto quiere decir que existe una distinción entre el magisterio profético y el político. Muhámmad fue el líder de los musulmanes de Medina, pero no fue el jefe político del resto de comunidades musulmanas que se establecieron en su tiempo. De ahí que no se conozcan nombramientos de gobernadores ni ministros, ni nada parecido a la organización de un sistema político que fuese más allá de la comunidad concreta en la cual el Profeta y sus compañeros convivían.
Cuando los cronistas nos resumen el legado político de Omar ibn al-Jattab, segundo califa del islam, quien gobernó años después de la muerte del Profeta, suelen hacer el listado de todas aquellas instituciones por él establecidas. Entre estas: establecimiento de un «Departamento del Tesoro» (Bayt al-mâl), con sus recaudadores de impuestos; establecimiento de un censo, tanto de tierras como de población; codificación de leyes; creación de tribunales estables; organización de un departamento de policía; creación de un ejército profesional; establecimiento del calendario de la hégira… Y todo ello gestionado a través de una administración centralizada. Cada departamento tenía un secretario que registraba cada actuación. Los jefes de los departamentos se reunían para coordinar la política que debían seguir, bajo el mando de Omar ibn al-Jattab. Esta era comunicada a los gobernadores provinciales a través de cartas y memorandos. Además, Omar ibn al-Jattab estableció hospicios, declaró que los no-musulmanes también tenían derecho a la asistencia del azaque. Y declaró abolida la esclavitud, cosa que sus sucesores se pasaron por el forro. Todo ello es referido en libros como el Kitab al-Awa’il(Libro de los primeros) de Abu Hilal al-‘Askari, y en la historia de Tabari. Si lo mencionamos aquí no es para hacer la apología del legado del califa Omar (un periodo post-revolucionario), sino para poner en evidencia que con anterioridad a su gobierno no existían todas las instituciones mencionadas.
¿Puede calificarse cómo hombre de Estado o cómo creador de un Estado a un hombre que lideró una comunidad cuyos miembros no lo eran por nacimiento sino por elección, basada en una experiencia de lucha compartida, una comunidad en la que no había ni policía, ni tribunales, ni ejército profesional, ni un sistema tributario, ni gobernadores, ni censos, ni siquiera una mínima administración? ¿Puede calificarse como jefe de Estado a un hombre que se negó a ejercer el poder sobre otras comunidades musulmanas, y que ejerció su liderazgo únicamente sobre sus seguidores en una ciudad en la cual vivían miembros de otras comunidades, los cuales se regían por sus propias leyes y tenían sus propios dirigentes y sus instituciones? El mito de Muhámmad como hombre de Estado es sólo eso: un mito. Si se ha cosificado y es repetido como un dogma es porque sirve a un propósito político.
1 Tahdhibul-Kamal, 141/2.
2 Recogido por Ahmed ibn Hanbal en su Musnad. Y por Muhyiddin Ibn Arabi en Divine Sayings : Mishkat Al-Anwar: 101 Hadith Qudsi
3 Ibn Hanbal en su Musnad, 2/484.
4 Recopilado por Ibn Majah en su Sunan.
5 En el Sahih de Imam Muslim, Kitab al-Fada’il, 5832.