Los sentimientos y las pasiones que pueden emanar del ser humano son emociones, un fuego en nuestro interior que nos permite percibir y sentir la vida misma, un combustible que nos permite ponernos en movimiento, que nos impulsa, nos motiva, nos permite movernos y conmovernos.
Las emociones agudizan la sensibilidad de nuestra capacidad de percepción y la intensifican. Una fuerza interna capaz de alterar incluso nuestra perspectiva de la realidad.
Estas emociones son las que nos hacen gritar de alegría, estremecernos de miedo o quedarnos petrificados, nos hacen llorar de felicidad o de nostalgia, nos hacen sentir angustia o bienestar.
Esta colosal fuerza y poderosísima locomotora interior, tiene un pequeño inconveniente y es que sin el intelecto se convierte en un bravo toro ciego en medio de una tienda swarovski.
En el mundo de lo que solemos llamar espiritualidad, cuando nuestro juicio es marcado en esencia por nuestras emociones, solemos confundir la espiritualidad con los sentimientos. Precisamente la ausencia del factor intelecto hace que confundamos la espiritualidad con el sentimentalismo.
El fundamento principal de la espiritualidad está inevitablemente vinculado con el amor, y el amor no es otra cosa que la fuerza generada de un enlace, un vínculo, una conexión entre un receptor y un emisor donde se desnuda la verdad, donde caen los velos de la falsedad, las máscaras de la apariencia y los disfraces de la ilusión y sólo queda la verdad. Y sin el factor del intelecto no puede ser discernida ninguna verdad.
En este aspecto, el amor nunca sacrifica la verdad, ninguna verdad, puesto que la verdad es la composición esencial y sustancial del amor. Cuando se sacrifica la verdad, entonces no estamos ante una emoción fruto del amor, sino fruto de un bravo y ciego sentimentalismo.
Sin el intelecto, el sentimentalismo sólo nos lleva a lo que el Corán llama “Al-hawaa”, que podemos traducir como pasión, aunque su etimología tiene que ver con el aire, y es sumamente interesante esta relación entre las pasiones y el aire, pues el aire no sólo es una fuerza que representa lo que está vacío o hueco pero que puede convertirse en una tempestad que todo lo destruye, sino también es en el aire donde se forman las ilusiones en un día caloroso, donde se altera la realidad en forma de espejismo y engaña nuestros sentidos.
El Corán no se presenta como un Mensaje caracterizado por la pasión y la emotividad, sino un discurso caracterizado por ser un ‘Ilm, un conocimiento lejos de las pasiones, los apegos, los identitarismos, lejos de “Al-hawa”, tal y como podemos constatar en aleyas como la siguiente:
وَلَئِنْ أَتَيْتَ الَّذِينَ أُوتُوا الْكِتَابَ بِكُلِّ آيَةٍ مَّا تَبِعُوا قِبْلَتَكَ ۚ وَمَا أَنتَ بِتَابِعٍ قِبْلَتَهُمْ ۚ وَمَا بَعْضُهُم بِتَابِعٍ قِبْلَةَ بَعْضٍ ۚ وَلَئِنِ اتَّبَعْتَ أَهْوَاءَهُم مِّن بَعْدِ مَا جَاءَكَ مِنَ الْعِلْمِ ۙ إِنَّكَ إِذًا لَّمِنَ الظَّالِمِينَ
Y, sin embargo, aunque presentaras todos los signos ante aquellos que han sido destinatarios de revelaciones, no seguirían tu dirección; ni tú has de seguir su dirección ni ninguna parte sigue la dirección de otra. Y si siguieras sus pasiones (Al-hawaa) después del conocimiento (‘Ilm) que te ha llegado, ciertamente serías de los injustos. (145)
El discurso del Corán es sereno, expresa serenidad mediante los argumentos e invita a una serenidad mediante la precisión y contundencia argumental. El Corán crea una estrecha relación entre la honestidad y la evidencia argumental o lo que llama en árabe “Al-burhaan” como sentencia en la siguiente aleya:
أَمَّن يَبْدَأُ الْخَلْقَ ثُمَّ يُعِيدُهُ وَمَن يَرْزُقُكُم مِّنَ السَّمَاءِ وَالْأَرْضِ ۗ أَإِلَٰهٌ مَّعَ اللَّهِ ۚ قُلْ هَاتُوا بُرْهَانَكُمْ إِن كُنتُمْ صَادِقِينَ
¿Aacaso, quién inicia la creación, y luego la suscita de nuevo? ¿Y quién es el que os provee de sustento del cielo y de la tierra? ¿Podría existir un poder divino además de Dios? Di: ¡presentad vuestra evidencia (Burhaan) si realmente sois honestos!» (64)
En la próxima entrega plantearemos algunas creencias mitológicas y muchas veces con carácter idólatra en la tradición musulmana que son la consecuencia de confundir el amor o la espiritualidad con el sentimentalismo.