Ejecutado en la llamada -por agencias turísticas- «Reserva Espiritual del Budismo» entre los años 2012 y 2017, el mayor genocidio en el planeta durante medio siglo ha sido soslayado por los medios de persuasión de masas occidentales, apenas ha interesado a la Onu y muy poco a los gobiernos de la Unión Europea, tan atentos por otras situaciones que no revisten, ni de lejos, el carácter de genocidio. En abril de 2013 la Unión Europea impuso sanciones a la junta militar birmana encabezaba por el presidente Tzan Shue, cuando éste ya se hallaba en plena faena de traspasar gran parte del poder a los «civiles demócratas» de Aung San Suu Cyi, quien gobernará patrocinada por Gran Bretaña -la antigua potencia colonial- y los EeUu.
La Baja Birmania y la Alta Birmania
Por su población -cincuenta y cinco millones- y extensión territorial, vemos a Birmania como uno de los cuarenta grandes estados del mundo (justamente el cuatrigésimo por superficie). Hoy, la República de la Unión Birmania (o de Myanmar) reconoce un total de 135 etnias asentadas en ella. La forma de su territorio nacional se asemeja a una herradura puntiaguda abierta hacia el sur, donde su «brazo» oriental es mucho más largo que su «brazo» occidental. Los bamaros constituyen dos tercios de su población y suelen habitar las regiones centrales (el «hueco de la herradura»).
Simplificando: la mitad de la superficie de Birmania la constituyen llanuras centrales donde viven treinta y pico millones -largo- de bamaros rodeados de cadenas montañosas con dirección norte-sur que ocupan la otra mitad del territorio federal; y la porción montañosa está habitada por más de ciento treinta etnias que suman el tercio de población restante -más de diecisiete millones-. Algunas de estas etnias conforman contingentes numerosos y dan nombre a cada uno de los siete estados federados -ocho si contamos aparte la División Autónoma Wa incluida en el Estado Sihan– de la Unión -sus idiomas son oficiales allí-. El resto de la República Federal la conforman otras siete divisiones regionales administradas de forma «centralista» desde Naipyidó (la nueva capital desde 2006, fundada precisamente por Tzan Shue cuando era primer ministro).
No debería ser necesario apuntar que una región -o un país- y una etnia son cosas bien distintas, pero es oportuno señalar lo obvio: una zona no debe porqué coincidir con la habitada por una etnia, y el hecho es que casi ninguna lo hace, ni lo ha hecho, en la historia. Como botón de muestra señalemos al más extenso de los estados federados: el ya mentado Estado Sihán (o S’han: al noreste de la Unión, entre Siam y China), el cual, a su vez, fue la unión de ¡treinta y cuatro estados!, nada menos: en ese país no sólo viven sihanos (una etnia del tronco tay, como los siameses o los laosianos) sino también los citados was, los ladzulsis, los ta’angas, los cayanes, los ajawas… y varios más. Los was, por ejemplo, no viven sólo en los distritos señalados como tales -como la recién mencionada División Autónoma Wa al noreste-, sino están repartidos en otros distritos del Estado Sihán. Y no sólo se encuentran ladzulsis en diferentes lugares de ese estado Sihán, sino también en el Estado Autónomo Cachín… así como en Siam (o Muang Thay), en Laos y son reconocidos en China -al igual que los was- como una nacionalidad étnica de la República Popular. Cayanes se hallan también en el Estado Cayaj y en Siam (las famosas «mujeres jirafas» eran miembros de esta etnia).
En el proceso de reconocimiento de los «hechos diferenciales», apuntado en el Pacto de Panglong (1947) pero desatado a finales de los ochenta (años de auge etno-nacionalista en muchos sitios del mundo) ocurrió que los dirigentes birmanos (y no sólo ellos, como veremos) se mostraron dispuestos a aceptar cuantos más «hechos diferenciales» mejor. En parte tomaron ese «reconocimiento» porque así segregaban identidades con gran peso, como se hizo en los años cincuenta con los carenes (durante décadas la «Unión Nacional Carene» –Unc– representó la guerrilla más fuerte) formando, al norte de la «Cornisa Caren», el Estado Cayaj, habitado por cayanes, carenes rojos, carenes blancos…
Pero la misma República que, a finales de los años ochenta, oficializó 135 etnias, no reconoció a los rohinyas, en su inmensa mayoría asentados en Aracán. Un estatuto confederado para esa región del oeste, bañada por el Mar de Bengala y fronteriza -por el noroeste- con Bengala Oriental -o Bangla Desh-, es la gran reivindicación del «Ejército Aracán». Esta organización apenas ha operado en la región pues, cuando ha luchado, lo ha hecho en el norte de la Unión, junto al «Ejército para la independencia de Cachín» –Kia– actualmente el más fuerte. No nos confundamos: para los rohinyas, el problema nunca ha sido no haber obtenido el reconocimiento de constituir una «etnia distinta» (pueden no verse como grupo diferenciado pero sí como parte de otro). No. El problema ha sido que sus gentes no han sido reconocidos como integrantes de ninguna de las 135 etnias restantes de la Unión. Detrás de los rajaines, los rohinyas conforman -o conformaban- el segundo contingente étnico del Aracán, y detrás de los mismos se situaban otras minorías presentes en el estado como los jumios, los camanes, los meros o los marmagros que sí fueron reconocidos.
Adelantemos un dato para deshacer, de un plumazo, cualquier excusa «securística» -las que suelen esgrimir las llamadas democracias y otros regímenes- para disculpar o, incluso justificar las matanzas étnicas -cuando las cometen sus aliados o patrocinados, claro-: rajaines son la práctica totalidad de los elementos que han nutrido el «Ejército Aracán» -no ha sido, lo repetimos, de los más importantes que han luchado contra el «Tatmadau» (Fuerzas Armadas Birmanas) y, durante ocho años, contra el gobierno de la «Liga Nacional para la Democracia»-. Ningún rohinya ha participado en acciones del «Ea». Es más, la «Liga Unida de Rajine» -la faceta política del «Ea»- es nacionalista y, como tal, reclama un «estado propio» -bien separado, bien confederado a Birmania como lo está la División Autónoma Wa- para «afirmar» en exclusiva una identidad étnica: la rajain, la predominante en Aracán. La propia región ha cambiado de nombre, y se llama como la etnia mayoritaria -un dato significativo que apunta a las pretensiones que han empujado al genocidio-. Así pues, ninguna matanza o campaña de exterminio ha podido justificarse apelando a la «legítima defensa» de la población rajain o bamara ni para mantener la integridad nacional. Las causas -y las excusas- han sido otras.
Sin lugar a dudas, Birmania sí ha identificado e institucionalizado un ‘hecho diferencial‘ y sí considera al conjunto de los rohinyas como una población distinta, al igual que ha identificado -bien con agrado o bajo presión- a otras 135 etnias. Pero la República los ha reconocido diferentes NO para aceptarlos como otro pueblo de la Unión, y eso mismo ha hecho -no aceptarlos como parte de los pueblos de su soñado «estado propio»- la Liga Unida de Rajine. Los separatistas del Aracán han sido tan separadores como el «poder central«.
continuará…
Autor
Investigador y revisionistas sobre la historia y la historiografía. Experto en la historia musulmana.
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