El Mensajero de Al-lâh era consciente de que el fanatismo era un peligro para el islam, y así lo dejo dicho: “Os prevengo contra el extremismo, pues aquellos que vinieron antes de vosotros fueron destruidos a causa de su extremismo”. Rechazó el ascetismo extremo y criticó duramente a aquellos que descuidaban los aspectos exteriores (saborear la comida, el placer sexual, el vestir bien, acicalarse…) por un falso celo religioso. Al Profeta Muhámmad (paz y bendiciones) no le gustaba la gente demasiado estricta, ni aquellos que se pasaban el día rezando en la mezquita. Para él, son mejores musulmanes los que cumplen de forma moderada con sus prácticas de adoración, pero atienden también a sus familias y se preocupan por sus conciudadanos. El islam favorece el encuentro, la búsqueda del conocimiento, la circulación de bienes, el intercambio, la apertura; y es contrario al dogmatismo, a encerrarse en lo propio, al sectarismo. No podemos olvidar el famoso versículo: “No cabe coacción en el din (el camino del islam)” (2:256).
El rechazo del fanatismo implica el abandono de toda pretensión de superioridad, la plena aceptación de la diversidad, la aceptación de que una persona logrará la salvación por lo que contiene su corazón y no por su pertenencia a una determinada tradición, escuela o doctrina, la generosidad a la hora de considerar al otro, la aceptación de las divergencias dentro del islam, la capacidad de relativizar las propias opiniones, y la conciencia de que Al-lâh es el Único poseedor de la Verdad. En líneas generales, hablamos del rechazo de todos aquellos discursos dogmáticos, sectarios, exclusivistas…
Por desgracia, muchos musulmanes han dado la espalda a estas y otras enseñanzas básicas, y han reducido el islam a una identidad o a una ideología enfrentada con otras identidades e ideologías, transformando en un fin lo que no es sino un medio para nuestra liberación personal y colectiva. Merece pues la pena que nos preocupemos de detectar y rechazar toda forma de fanatismo en y entre nosotros. A un fanático se le puede distinguir por las siguientes características:
Está convencido de que su creencia es el único camino válido de salvación (narcisismo religioso). Discurso tipo: “El Corán nos dice que Muhámmad fue enviado a toda la humanidad, y por tanto todos los que no obedecen los mandatos del Corán están rechazando a Dios y están condenados al infierno”.
Es maniqueo y carente de espíritu crítico: se complace en resaltar los defectos de las demás (tradiciones, grupos o escuelas de pensamiento), y oponerlos a las virtudes de la propia. Asimetría entre lo concreto y lo abstracto, entre la miserable realidad del otro y nuestro ideal esplendoroso: los cristianos han corrompido sus textos sagrados, pero el Corán se ha mantenido impoluto, preservado por Al-lâh. Discurso tipo: “los cristianos se han desviado: mirad la corrupción de la sociedad occidental. Los judíos son muy malos: mirad lo que están haciendo con los palestinos… ¡Pero el islam es perfecto y no cabe atribuirle lo que hagan algunos musulmanes desviados!”.
Es incapaz de relativizar sus propias opiniones: afirme lo que afirme, nos dirá que no son sus opiniones personales, sino que él es un mero portavoz de Dios. Y, por supuesto, es incapaz de reconocer que todo su discurso está culturalmente connotado, pues eso significaría reconocer sus limitaciones como criatura. Discurso tipo: “todo lo que yo os digo se apoya en el Corán y en la Sunna. No hay nada personal. Puedo dar el dalil (la evidencia) sobre la que se apoya todo cuanto digo”.
Considera el islam como un fin en si mismo, y no como un camino hacia Al-lâh (idolatría de los medios). Insistirá en “el triunfo del islam” y creará una frontera mental e ideológica entre el islam y otras vías o cosmovisiones.
Considera que el grupo al cual él mismo pertenece (tariqa, asociación, partido, escuela…) es superior al resto, y que esta en posesión de la Verdad. Discurso tipo: “Entrar en mi grupo es un plus respecto a la vía de los musulmanes ordinarios. Quien pertenezca a mi grupo alcanzará un lugar más elevado ante Dios que los simples musulmanes”.
Por su propia naturaleza, este escrito no podría caer en una fácil fractura entre fanáticos y no-fanáticos. Así pues, reconozcamos de entrada que todos somos un poco fanáticos. Reconozcamos incluso que el fanatismo es en cierto modo consustancial al ser humano. Primero, porque (si somos sinceros) reconoceremos que pensamos que nuestras ideas son mejores que las de los demás… si las hemos aceptado es, precisamente, por considerarlas las mejores. Los humanos tenemos la tendencia a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Y segundo, porque tenemos la tendencia a considerar nuestra cultura como la normal o normativa.
Dicen los psicólogos que el fanático en el fondo lo que busca es seguridad, frente a un mundo complejo que no puede dominar. También dicen que el fanatismo constituye un ahorro de energía psíquica. El fanático no gasta energías en recabar datos y analizar las distintas posibilidades, poner en duda lo sabido, estudiar puntos de vista contrapuestos, calcular los factores que pueden intervenir, medir las posibilidades de éxito/fracaso… Todos estos procesos anímicos e intelectuales comportan la suspensión de la decisión o el juicio, nos mantienen en un estado de incertidumbre que puede resultar costoso: dudas, miedo a equivocarse, desconfianza ante las propias capacidades…
Este ahorro de energía psíquica es lo que le da al fanático esa apariencia de certeza interior, de claridad, de fortaleza, de coherencia. Si el fanático es una persona inteligente y con carisma, los resultados pueden ser devastadores. El escéptico aparece ante él como un ser débil y dubitativo, enredado en sus contradicciones y, en última instancia, incapaz de una acción contundente y decidida. El escéptico pierde mucho tiempo contraponiendo pros y contras, dudando de si mismo, escuchando argumentos contrapuestos, poniendo entre paréntesis sus propias convicciones. El fanático es un guerrero, sólido como una roca. Lo sabe todo, tiene la respuesta precisa para todas las dudas que puedan generarse, y tiene la certeza de que dicha respuesta le viene dictada por Dios. El escéptico hace remolinos, como el agua, cambia de dirección, como el viento. Es ligero, capaz de proclamar sus convicciones del modo más ardiente… y reírse de ellas al cabo de un instante.
En los países de población musulmana, se dice que el fanatismo es una forma de compensar la herida de la colonización y del supremacismo occidental. Según Alfred Adler, el fanatismo es una compensación de un sentimiento de inferioridad que niega la razón al otro. Por el mismo motivo, la convicción de la mayoría de los occidentales en la superioridad de la civilización occidental es una forma de fanatismo, de la que se derivan más guerras y opresiones que de cualquier fanatismo considerado como religioso.
El islam nos ha dado las armas necesarias para combatir al fanatismo, sin caer en el escepticismo. Algunas de ellas las compartimos con el pensamiento crítico, otras son de naturaleza más profunda. Creo que estas últimas son las definitivas, y que las primeras son insuficientes por su naturaleza. Estas armas son, principalmente:
El pensar por uno mismo: la obligación de comprender por nosotros mismos los mandatos divinos mediante el intelecto. El Corán insiste una y otra vez: esta es una revelación para aquellos que usan su intelecto.
La plena aceptación del pluralismo. El Corán nos enseña que Al-lâh ha enviado profetas a todos los pueblos, que todas las tradiciones reveladas son vías de salvación legítimas, nos conmina a los musulmanes a creer en todos los libros revelados, y a no hacer distinción entre los Mensajeros de Al-lâh.
La ausencia de sacerdocio, de jerarquías religiosas y de un magisterio dogmático al que los musulmanes deban obediencia. Dijo el Mensajero de Al-lâh: “las diferencias de opinión son una rahma (misericordia) de Al-lâh para mi comunidad”.
Relativismo: la conciencia de que somos criaturas creadas y acabables y que nuestro saber es inevitablemente limitado: solo Al-lâh sabe. Por tanto, la conciencia de que todo el saber que puede atesorar un ser humano es relativo (está condicionado por factores culturales, personales, epocales, etc.).
El rechazo tajante de la tiranía, asociada en el Corán a la idolatría: cualquiera que pretende ejercer un poder absoluto en nombre de la divinidad es un idólatra y un enemigo de Al-lâh.
La práctica de la shura (toma de decisiones en concertación) y la búsqueda del consenso, lo cual implica la aceptación de la pluralidad de visiones dentro de una comunidad, pero también la predisposición de modificar nuestra opinión en función del beneficio común y de la preservación de la armonía dentro de la comunidad.
La humildad. Dijo el Mensajero de Al-lâh: “Cada Vía tiene un carácter innato. El carácter innato del islam es la humildad”. Esta implica la conciencia de que nuestro saber es limitado, y es lo que nos impulsa hacia el consenso, hacia aquello que construye comunidades. Es un impulso a abandonar el fanatismo y el sectarismo, y a encontrarnos con nuestros semejantes como iguales y hermanos ante Al-lâh.
Por encima de todos estos instrumentos, aquello que nos permite destruir cualquier resto de fanatismo de nuestros corazones es realizar la experiencia del tawhid: la unicidad de todo lo creado. Aquel que ha realizado la unión verá a todas las criaturas como hermanas por su origen en Al-lâh, tomará conciencia de la identidad ontológica de lo blanco con lo negro, de lo alto con lo bajo, entre oriente y occidente, dejará de vivir en un mundo de oposiciones irreductibles y verá como se desmoronan ante él los velos de las religiones, de las ideologías, de las doctrinas y los dogmas. Habrá desterrado de su ser cualquier resto de idolatría hacia las formas y los medios, y verá la rahma de Al-lâh manifestándose en todo lo creado, insha Al-lâh. La realización y la sabiduría profunda que nos propone el islam (como otras grandes tradiciones) es el método más eficaz para desarticular el fanatismo.
«Combatir al fanatismo, sin caer en el escepticismo. Algunas herramientas las compartimos con el pensamiento crítico, otras son de naturaleza más profunda. Considero que las últimas son las definitivas, y que, por su naturaleza, las primeras son insuficientes».
Evidentemente, no por insuficientes esos recursos compartidos con el pensamiento crítico, no dejan de ser oportunos, justos y necesarios.
Sin duda, Guiado! Sin olvidar que la crítica misma tiene su origen en el anhelo de justicia.