Como señalamos en la entrega anterior, en marzo de 1962 el general y ex primer ministro Shu Maung Ne Win derriba a su antiguo jefe U Nu e instaura el «Consejo Revolucionario de la Unión», donde casi todos sus miembros son altos mandos del «Tatmadau». A finales de abril Ne Win proclama la Vía birmana al socialismo y no se limita a disolver el Parlamento, sino lo suprime a perpetuidad: «la Democracia Parlamentaria era un régimen que no corresponde a Birmania». Y a principios de julio funda el Partido del Programa Socialista Birmano.
Primero se toma el poder, luego se proclama el ideario a seguir y más tarde se crea el partido desde el gobierno.
¿Quién dice que no se puede empezar la casa por el tejado?
La segunda vuelta de tuerca en la deriva nacionalista
Habíamos recordado que el General Ne Win había sido, a finales de los años cuarenta, el jefe del «Sitwundan», las milicias nacionalistas del sector socialista de «Cinta Amarilla». En enero de 1963 el partido publicó un cuadernillo («Características Especiales del Ppsb») donde rechazaba tanto la socialdemocracia como el comunismo, descalificado éste como materialismo vulgar. Meses después el Partido hizo público qué era ese Socialismo especial en un libro, que será conocido como «Correlación», donde se entrelazaron preceptos budistas y marxistas.
Dos años después del golpe, el Consejo de la Unión» suprimió todos los partidos políticos -a excepción del Ppsb, claro- y creó el «Comité de Construcción de Economía Socialista». El Estado inició la nacionalización (y concentración) de todas las empresas del país, incluidos los comercios sencillos. Muchos estaban regentados por comerciantes chinos e indios asentados en Birmania. Muchos tuvieron que marcharse de Birmania pues la nacionalización implicó que todos los establecimientos -si no eran cerrados- pasaban a ser llevados por bamaros. Esto mostró que la «Vía Birmania al Socialismo», aun alcanzando un nivel de estatalización propio de un estado comunista -incluso mayor que varios de ellos- era, sobre todo, la implantación de un ideario xenófobo e identitario: los medios de producción y distribución pasaban a manos de un estado social-chovinista que expulsaba de la actividad económica a indios y chinos.
No entraremos aquí en evaluar las ventajas y desventajas del socialismo, ni tampoco las de una gestión llevada por militares. La historia nos muestra casos de juntas militares eficientes económicamente- por ejemplo lo fueron, sea cual fuese la consideración que nos merezcan, los gobiernos militares de Corea del Sur y Chile-. Pero de ningún modo lo va a ser el gobierno del general Ne Win. Una frase del libro «Correlación» del Ppsb -un refrán antiguo: «uno sólo puede darse el lujo de ser moral con el estómago lleno»- será muy popular porque las condiciones económicas de la mayor parte de la población -sobre todo obrera- no hicieron más que empeorar. Esa frase oficial justificará el contrabando y la sustracción de bienes en las administraciones y empresas públicas, pues casi todo el mundo tendrá el estómago por llenar.
Tampoco podemos caer en el simplismo -que mucho tiene de sectario y de seguir la corriente dominante- de considerar que todas las economías socialistas fueron un fracaso. Tal sentencia es siempre propaganda liberal; aún descontando la propaganda comunista -la cual también existió, claro- si vemos cómo se hallaban Rusia y China en el momento de tomar los rojos el poder, y sopesamos los desgastes tremendos que hubieron de afrontar, nos daremos cuenta que, al final, el balance económica fue bastante positivo ¿Qué fue a costa de sacrificios enormes e injusticias brutales? Sin duda, pero… ¿Acaso no ocurrió lo mismo con muchas potencias capitales durante los siglos XIX y XX? No podemos admitir dobles varas de medir.
Entendemos que el socialismo (o el liberalismo, o cualquier otro sistema económico) fracasa o tiene éxito atendiendo a varios factores, no sólo a esa condición. Como dice la canción… «todo depende». Sin duda, en todo estado socialista la clave es la planificación. Si se planifica mal la economía ésta será un desastre. Igual sucede si se proyecta mal un edificio y se viene abajo: la culpa será de quienes hacen malos planos o ejecutan mal la obra, no del hecho que exista un arquitecto o un constructor. Así pues, el hecho mismo de planificar una economía no implica un desastre inevitable, como nos vende el sectarismo liberal.
En 1974 se promulgó la constitución de la República Socialista de la Unión Birmana, donde se acabó por formalizar lo que venía ocurriendo desde hacía una década. Sin embargo, Birmania era comunista de día, pero no por la noche. El mercado libre de Mandalay, por ejemplo, se abría regularmente tras el ocaso: allí circulaban las mercancías de contrabando y las sustraídas al medio centenar de empresas públicas que concentraban la economía -escasa- «diurna. Era en la muy extendida economía sumergida -en Birmania «economía nocturna»- donde los birmanos hallaban los artículos necesarios y la forma de ganar lo suficiente para poder ahorrar. Sin la «economía nocturna», la penuria hubiera sido absoluta.
La «Vía Birmana al Socialismo fue un socialismo especial, sin base obrera ni campesina. Prácticamente todos los dirigentes del Ppsb fueron siempre mandos militares o policiales. La República Socialista mantuvo el Budismo zeravada como religión de la Unión, pues ese nacional-budismo servía a los dirigentes militares, dueños del país al concentrar en sus manos todos los medios productivos -al menos los «diurnos»- como cobertura social-chovinista, no tanto para agitar a las masas contra una nación extranjera (Bengala Oriental, Unión India, Reino de Siam o China -las relaciones con la China de Mao tuvieron drásticos altibajos, desde campañas de chinofobia hasta la aceptación de ayuda regular desde Pequín-), sino frente a otras identidades de la Unión: carenes en la Alta Birmania del Este, cachines y nagas en la Alta Birmania del Norte, mizos y chines en la Alta Birmania del Oeste (todos éstos de mayoría cristiana o con un porcentaje alto de cristianos) y, por supuesto, rohinyas en la costa oeste (en el Aracán), en su inmensa mayoría musulmanes.
El identitarismo budista era tanto más necesario para el poder cuanto más empeoraba la situación económica y ya nadie creía en eso socialismo especial.
Como botón de muestra del proceder en la planificación del Socialismo birmano, el general Ne Win -ya hemos citado que era más numerólogo que budista- consideró que los múltiplos de nueve traerían la fortuna a la nación. Así pues, en 1987, el estado birmano cambió el sistema monetario decimal por el nonario, una decisión tan por sorpresa como sorprendente e inédita: se emitieron billetes de cuarenta y cinco y de noventa, suprimiendo, de sopetón, la validez de los billetes de cincuenta y de cien «kyates». A ningún birmano se le permitió cambiar por nuevos billetes nonarios más de cinco mil «kyates». Con esta restricción tan baja en el cambio obligado de moneda, se esfumaron los ahorros de millones de birmanos.
Además de las creencias «numerológicas» de Ne Win, la medida se justificó para dañar los recursos de las guerrillas y para mantener al pueblo en una «sana austeridad, eufemismo para señalar que se les empujaba a no salir de la penuria. Entre mayor fuera esta miseria, mayor sería la necesidad de alimentar los sentimientos identitarios para que los birmanos la soportaran.
Hasta que estallaron disturbios en marzo, los cuales se replicaron en junio de 1988. Convocado, entre el 23 y 26 de julio, congreso extraordinario del Ppsb, Ne Win dimitirá por sorpresa en la inauguración del mismo (no sólo eso, sino modificó radicalmente su posición durante un cuarto de siglo, admitiendo la conveniencia de un régimen multipartidista, cosa que escandalizó al partido). Su sucesor fue Sein Luin (entonces secretario general adjunto del «Ppsb») pero en 8 de Agosto de 1988 la rebelión (el famoso «Levantamiento 8-8-88») estalló como un ciclón entre los bamaros.
continuará