Pienso que ante un cómo estás nuestra respuesta refiere en todo caso a cómo nos sentimos: bien, mal, más o menos… estamos muy bien entrenados para responder de forma superficial -y cortés- a una pregunta que indaga sobre algo diferente y a una mayor profundidad de la que suponemos. Y es que pensar en cómo estoy me sitúa frente a la cuestión de cómo es que existo en este mundo. Entonces, ¿realmente tiene sentido preguntar cómo estás? Acaso ¿no es mejor preguntar cómo te sientes…?
Pronto visitaré en el hospital a un ser querido que se encuentra internado. ¿Tengo que preguntarle cómo está, o cómo se siente? Me imaginé posibles respuestas en esa particular situación, por lo que finalmente me pareció innecesaria la pregunta… y reflexionando sobre estas consideraciones y reconsideraciones llegué a la conclusión de que un simple “cómo estás” se ampliaba frente a situaciones adversas y no esperadas. El cómo estás cambió, porque cuando una situación trastoca nuestra cotidiana forma de estar en el mundo se produce inevitablemente un cambio. En este caso, ya no existimos, ni él ni yo, de la misma forma que antes de su internación.
Transitamos la vida y el mundo tratando de mantener un equilibrio, estable, incluso frente al peor desorden que puede haber en nuestros espacios. Despertamos y automáticamente seguimos los rituales de cada mañana, de cada día. Es más, inconscientemente nos preguntamos a nosotros mismos cómo estamos, o en todo caso, cómo nos sentimos para sólo saber si esos rituales se van a completar, si nuestra rutina se va a concretar cada día. Pero ¿qué pasa cuando en ese instante de interrogación ya no nos sentimos igual que ayer? ¿Y si al respondernos, a la vez, evidenciamos que ya nos estamos de la misma manera?
Momento de crisis.
Y sí… todos pasamos por crisis, varían su intensidad, su frecuencia, su duración… pero ahí están a disposición de millones de seres humanos a cada instante. No todas las crisis son iguales, algunas simplemente nos enojan por un rato y pasan, otras no, otras son como monstruos que emergen de no sé dónde y nos ponen frente a circunstancias que alteran por completo nuestras vidas, nuestro orden, ese equilibrio que deseamos mantener estable por encima de todo…
Irónicamente esas crisis -desde la pasajera hasta la monstruosa- trascendieron el cómo estás y nos enfrentan con indolencia a una pregunta a futuro: ¿cómo vamos a estar?
La vida que teníamos “ya no está”, nuestra cotidianeidad a desaparecido y es momento de replantearnos todo. Nos sentimos mal, frustrados, cansados, sumidos en el miedo y la incertidumbre del qué debemos, o podemos, o queremos hacer… cuántas opciones para responder…!
Estrés.
Debo, puedo o quiero. Es en ese instante en que nuestros pensamientos se estancan en un sinfín de posibles respuestas y emergen conflictos entre las obligaciones, las posibilidades y los deseos. Un frenesí de apuro por volver a sentirnos seguros en nuestra rutina nos carcome… pero a pesar de lo sombrío que parece el panorama, ahí estamos buscando una salida, buscando resolver.
Sobrevivir.
Decidir… ¿cómo voy a estar? Inevitablemente ampliamos nuestra mirada, nuestras sensaciones y emociones. Atinamos a ordenarlas para conducirnos por este inesperado camino de descubrimiento de una nueva forma de estar. Claro que podemos también atascarnos en la situación, sin embargo en esas circunstancias también estamos.
Atascados.
Estar día a día en este mundo es un desafío, aceptar sin culpas nuestra vulnerabilidad ante lo incontrolable de la vida, también. Muchas situaciones de crisis tendremos que atravesar, es inevitable. Por eso es que pienso que una buena opción es partir de esas tres palabras: deber, poder y querer para discutir con nosotros mismos nuestra forma de estar.
Los invito a reflexionar. ¿Cómo estás?= ¿Cómo debo estar? ¿Cómo puedo estar? ¿Cómo quiero estar?
La crisis pasó, entonces… “Respira. No temas a lo que ha estallado”*.
Volvemos a empezar: Hola ¿cómo estás?
*Extracto de un poema palestino anónimo