Para comprender cómo se forma el concepto de masculinidad patriarcal, debemos, en primer lugar, situarnos en el interior del pensamiento tradicional. Por tradición entiendo aquellas manifestaciones del islam basadas en una cadena ininterrumpida de conocimientos que pueden remontarse a la revelación coránica. La característica principal del pensamiento tradicional es constituirse como un conjunto de símbolos fuertemente enraizados en la psique colectiva. No puede comprenderse, tan sólo, apelando a una perspectiva sociológica o de análisis de sus prácticas o sus doctrinas, pues éstas son indisociables a una cosmovisión. Para sus seguidores, existe una dimensión simbólica que da sentido a dichas praxis y doctrinas. Una sociedad tradicional es una sociedad orgánica, en la cual cada individuo ocupa su lugar de forma natural, formando parte de un todo del cual se siente indispensable. El islam tradicional tiene, precisamente, como objetivo ideal que todos los individuos puedan vivir dignamente y realizarse en el plano espiritual.
En relación al género, lo masculino y lo femenino son atributos que se sitúan en primer lugar más allá de los varones y de las mujeres, constituyen momentos o características arquetípicas de la Creación en su conjunto. El Corán enseña que Al-lâh lo ha creado todo por pares, y la Creación está sostenida sobre una Balanza, en un equilibrio perfecto. En el mundo de las formas, todo es dual: femenino-masculino, húmedo-seco, alto-bajo, oscuro-luminoso. Toda cualidad tiene otra que se le opone y con la cual busca estar en equilibrio. La dualidad masculina-femenina se relaciona con otras dualidades, entre lo activo y lo pasivo, la acción y la contemplación, el cielo y la tierra, el espíritu y el cuerpo, lo trascendente y lo inmanente. En el pensamiento tradicional, lo masculino es calificado como activo, racional, normativo, valeroso, austero. Lo femenino sería lo receptivo, emotivo, intuitivo, delicado, sensual.
Todo lo que existe en el mundo de las criaturas es una manifestación de un plano superior. El sol y la luna corresponden en cierto modo al varón y a la mujer, aunque hay que decir que en árabe tanto sol como luna son palabras (gramaticalmente) femeninas. Más allá de la identificación fácil, lo importante en la relación sol-luna es que tiene un equivalente en la relación varón-mujer, no porque el sol sea equiparable al varón y la luna a la mujer, sino porque ambos constituyen un par inseparable. Es la armonía entre dos principios lo que hace posible el desarrollo de la vida, entendida como un ciclo cósmico incesante. Al mismo tiempo, las polaridades varón-mujer y sol-luna son manifestaciones del poder creador de Al-lâh, quien está más allá de todas las dualidades:
Infinito en Su gloria es Aquel que ha creado pares
en todo lo que la tierra produce,
y en los mismos seres humanos, y en lo que no conocen.
Y tienen en la noche un signo: la despojamos del día
–y ¡he ahí! que se quedan a oscuras.
Y el sol: circula en una órbita propia
–así ha sido dispuesto por voluntad del Todopoderoso, el Omnisciente;
y la luna, a la que hemos asignado fases hasta que retorna
como una vieja rama de palmera, seca y curvada:
[y] ni el sol puede alcanzar a la luna,
ni la noche usurpar el tiempo del día,
pues cada uno navega en su órbita.
(Corán 36: 36-40)
La relación entre el par sol-luna y el par macho-hembra es explícita en otros versículos:
¡Considera la noche cuando cubre de oscuridad,
y el día cuando resplandece!
¡Considera la creación del macho y la hembra!
En verdad, vuestros caminos son diversos.
(Corán, 92: 1-4)
Desde el punto de vista de la generación, el par macho-hembra (dhakar-unthâ) ha sido puesto en el centro de la Creación, como lugar de unión entre el cielo y la tierra. Se trata en ambos casos de fuerzas o tendencias complementarias: no pueden existir el uno sin la otra, pero sus caminos son diversos. Es, precisamente, el hecho que cada uno siga el curso que le ha sido asignado lo que da estabilidad al universo. Si nos quedásemos aquí, podría pensarse que la cosmología coránica da pie a la diferencia sexual, que fácilmente puede llevar a la separación de roles. Sin embargo, el Corán nos remite a la idea del tawhid (unicidad) como superación de las dualidades en Al-lâh. Algo que, como veremos, se aplica a cada ser humano:
Glorificado sea Él que ha creado pares (azjaw)
en todo lo que la tierra produce,
y en sus mismos nafs (almas).
(Corán 36:36)
El centro del pensamiento islámico es la idea del tawhid, la unicidad de todo lo creado, la noción que todo está unido por su origen en Al-lâh. Se comprende que la tarea de cada criatura sea integrar ambas cualidades, lo cual es incompatible con la idea de superioridad o de jerarquía. Asimismo, el par masculino-femenino tiene una aplicación en la concepción de la divinidad. En este caso, hablamos de los planos micro-cósmico, correspondiente a las criaturas; del plano macro-cósmico, correspondiente a los cielos y la disposición de los planetas; y el plano meta-cósmico, correspondiente a lo divino.
La profesora norteamericana, de origen japonés, Sachiko Murata, ha explicado la antropología, la cosmología y la teología coránicas a partir de las nociones taoístas del yin y el yang, uno de cuyos aspectos es la complicidad entre lo femenino y lo masculino como aspectos de una realidad dinámica. Aunque Al-lâh es Uno, en Él/Ella se dan también las dualidades que luego se manifiestan en Su creación: Al-lâh es el Dador de Vida y el Dador de Muerte, el Manifiesto y el Oculto, el Primero y el Último. Al-lâh es Uno y Único, y la Creación es la manifestación de los Atributos o Nombres de Al-lâh. Los pensadores musulmanes los han clasificado en Nombres de Majestad (asmâ al-Yalâl) y de Nombres de Belleza (asmâ al-Yamâl). Los de Majestad son mayoritarios: el Rey, el Poderoso, el Dominador, el Altivo, el Insondable, el Subyugador, el Altísimo, el Grande, el Majestuoso, etc. Aquí domina el principio yang: esta es una divinidad que juzga, que es severa al castigar, y a la cual los seres humanos se hallan sujetos. Como Nombres de Belleza tenemos el Misericordioso, el Compasivo, el Manso, la Paz y el Cariñoso. Es una divinidad yin, receptiva y protectora, que irradia compasión y que se relaciona con las criaturas con un amor y una ternura cósmicas.
Al-lâh es al mismo tiempo cercano e inasible, trascendente e inmanente, dominante y amoroso: abre y cierra, expande y contrae, oculta y manifiesta, en un latido incesante de vida en el cual unas criaturas mueren y otras nacen. Por un lado es un Legislador, cuyas leyes no pueden ser violadas sin castigo, y por otro es una fuente inagotable de Ternura, cuya compasión hacia las criaturas se desborda y hace del perdón una morada eterna. Los atributos masculino y femenino están en equilibrio, aunque siempre decantados hacia el yin como generador de vida. Nos hallamos lejos de la concepción patriarcal de la divinidad, propia de religiones en las cuales la divinidad es asimilada al Padre lejano y trascendente. De hecho, la vinculación de Al-lâh a un sexo constituiría una forma de shirc (asociar algo creado a la divinidad). Al-lâh no es un Padre, ni puede ser un Hijo: “No ha engendrado ni ha sido engendrado” (Corán 112: 3). Lo cual no es óbice para que podamos aplicar los conceptos de lo masculino y lo femenino a la divinidad, tal y como proponen la paquistana Durre S. Ahmed y otras feministas.
Si hemos afirmado que la concepción coránica de la divinidad no es patriarcal, ¿Cómo se explica el hecho innegable que el islam se haya configurado a lo largo de la historia en clave patriarcal y que, hoy en día, el tradicionalismo musulmán constituya uno de los núcleos duros de resistencia del patriarcado a nivel mundial? Nuestra respuesta es: si bien el Corán introdujo una concepción no-patriarcal, ésta ha sido brutalmente erosionada. El patriarcado se ha impuesto históricamente, de forma aplastante, anulando el mensaje igualitario original. Pero ni el islam ha inventado el patriarcado ni el Corán es un texto patriarcal. Lo que ha sucedido es que éste fue revelado en un marco en el cual el patriarcado era normativo y ha sido leído, a lo largo de la historia, en clave patriarcal, produciéndose una masculinización progresiva en todos los ámbitos. En conjunto, se ha formado una sociedad fuertemente patriarcal que se pretende islámica, sustentada en un canon de interpretaciones que la tradición ha elevado al rango de ortodoxia. Se trata entonces de realizar una deconstrucción, que ponga de relieve este proceso y nos permita acceder a la revelación coránica sin los velos impuestos por esta tradición.
En el plano teológico-simbólico, el patriarcado significa la preeminencia de los atributos masculinos de Al-lâh sobre los femeninos. Se pone el acento en los atributos de Majestad, de Dominio, de Poder, sobre los atributos matriciales, de Cercanía y de Ternura. Este desequilibrio se explica en parte, ya lo hemos señalado, por el hecho de que el Corán fue revelado en una sociedad donde predominaba el patriarcado. Y aunque la cosmología coránica y su concepto de divinidad no son los propios de una cosmovisión patriarcal, no se puede negar que en muchos sentidos el Corán está connotado por las circunstancias históricas y por los condicionamientos culturales de la sociedad en la cual se produjo la revelación. Pero la razón de la preeminencia del patriarcado es otra: se trata del resultado de un largo proceso de decantación a través del cual, en palabras de la estadounidense-paquistana Asma Barlas, el «Dios es masculinizado y el hombre deificado», de modo que el Rostro materno de Al-lâh ha sido velado, igual que fueron velados los rostros, y enmudecidas las voces, de las mujeres musulmanas. Este proceso tiene causas, puede ser analizado por sociólogos e historiadores, incluso podrá llegarse a la conclusión que fue algo inevitable. Pero estos análisis no pueden ocultar que aquí se muestran, a veces de forma descarnada, las carencias éticas, intelectuales y espirituales que aquejan al islam contemporáneo.
[El rostro materno de Al-lâh, editorial Cántico, pp.23-29]
Yo no sé si es por el exceso de género o por otra razón pero cada vez me siento más ajena a eso de masculino o femenino desligado de la reproducción. Creo que es quizás porque hay mucha resaca de género histórico artificial que por ejemplo con eso tan bonito que dices tú, Abdennur «El rostro materno de Allah» yo no lo veo como algo que me ilumine más, aunque, como digo sí me parece bonito y, sobre todo tierno. Tal vez estoy muy «contaminada» por la teología azteca que no era precisamente de pamplinas. Allí ni las diosas más diosas eran eso que se llama «femeninas». Si se enteran los aztecas de que pudiera existir tal cosa creerían que era el fin del mundo.
Bueno, que me desvío. Yo, por ejemplo, veo los nombres de majestad o de belleza y me parecen bien, me parece bien la denominación, pero no veo de dónde de ahí se podría sacar masculino o femenino, yo creo que son distinto de eso, no tienen sexo, y ¿por qué habrían de tener género? Tampoco es que sean contrapuestos o complementarios. Quizás sí lo sean a nuestros efectos a los efectos humanos y para nuestro gobierno.
Por otra parte, tal como hemos estado captados por los géneros hasta ahora mismo, pues quizás sí, quizás sí es oportuno hacer un repaso a eso que decimos de masculino y femenino y saber que lo mismo que fisiológicamente todos tenemos ambos sexos lo que pasa es que uno no se hace funcional, pues sí, todos tenemos carga de femenino y masculino. Eso se ve muy bien en la astrología en que siempre se han usado términos así pero que ahora ya están en desuso. Como por ejemplo lo de que la luna sea femenina y el sol masculino, un astrológo de hoy lo que dice es más que eso, dice que todos tenemos luna y sol, varones o mujeres, no que a las mujeres las gobierne la luna y a los varones el sol. Que creo que, de otra manera, es lo que vienes a decir en tu artículo. Cómo se manifiesta cada uno, sol o luna, (y los demás astros) en cada persona, pues en eso consiste la astrología.
Entonces, resumiendo, para qué sirve dividir nada entre masculino y femenino. Yo creo que la madre del cordero es la división en sí en dos. Y claro, división, no hay que entenderlo como algo negativo, se trata del instrumento primero de análisis. Sin eso no hay análisis posible de nada. Luego el cómo que se denomine o se vea a lo dividido es otra cosa, puede dividirse todo según muchos criterios y nos dará una cosa u otra. Los bajitos y los altos, por ejemplo. Eso yo lo acuso cada vez que voy al supermercado y me encuentro, absolutamente todo lo que necesito siempre en el estante más alto. Es mi tragedia, no el masculino y el femenino, sino lo alto y lo bajo. Voy a tener que hacer régimen según el criterio del nivel de la estantería. En serio.
Perdón por el rollo.